miércoles, 11 de septiembre de 2013

HORACIO CHIFFLET                                                   ABRIL 2010                                                                                                                                      
                
El carrero Isabelino”


        Lento el andar, adormecidos y cabizbajos, la yunta de bueyes va cinchando de la carreta de Isabelino, el viejo carrero del pago, que cumple con el oficio de llevar y traer, cualquier material por encargue.

       Anda por esos caminos de la campaña, caminos largos, polvorientos algunas veces, o chapoteando barro en otras, con lluvias tercas o con el sol que achicharra hasta los espartillos, cuando le tira fuego a los días de enero. A veces el invierno lo maltrata, entonces él se aprieta adentro del poncho arriba de la carreta, se amontona contra sí   mismo, guapea y guapea, porque está hecho de buena madera, al igual que la carreta.

          
       Se les duerme el tiempo en las patas de los bueyes y a pesar del grito de Isabelino incentivándolos para apurar el paso, la carreta sigue su marcha perezosa. Muy despacio el girar de las ruedas que dejan escapar quejidos de lapacho en cada barquinazo del camino.    Ahí no importa la hora de llegada, suben la cuesta y se van por el llano perezosamente en un bostezo con andar cansino, siempre despacio, por más que los bueyes sientan la picana, aguijoneándoles el lomo, en esta cuesta y en la otra.

       Es por eso que a Isabelino el carrero, no le molesta mucho que los otros paisanos del rancherío donde vive, ranchos de poca paja y muchos flecos, le ajusten el apodo de… “despacito”…como una forma de quererlo un poco, que en definitiva es la realidad de su vida. Todo lo hace despacito, sin apurarse, como que la yunta de bueyes de pelo chorreado, le hubieran marcado a través del tiempo y sin darse cuenta, el ritmo de su vida.        


    Una coyunda imaginaria, fuerte y de buen cuero, hacían una sola pieza; Isabelino, la carreta y los bueyes, como que siempre hubieran estado ahí, incorporados al paisaje de las distancias largas, donde no se perdonan leguas.

        Sobra el tiempo y si hay que apurarse, empieza antes. El sol naciente cuando revienta en el horizonte, siempre lo encuentra andando, despacio pero andando. Desde temprano ya se le escucha al viejo carrero el grito de…

-¡” Vamo Rincón ….que’l camino no termina aquí”!
-¡” Vamo Arrayan…no se me duerma mi amigo … que ahí viene un repecho largo con zanjones recién inaugurao”!
       
       Siempre les dice lo mismo, como una frase hecha con un molde, aunque por delante, no hubiera ningún repecho.         

     Los postes del alambrado se adormecen al verlos pasar. Caminos perdidos, donde la soledad se aburre, caminos lejanos, por donde el viento llega cansado y los cerros y valles respiran el tiempo que el charrúa dejó.

     Isabelino y su carreta llevaban esos rumbos, cargados de piedras moras para arreglar una entrada en un portón de estancia. Caminos desconocidos para Isabelino, lugares que nunca había alcanzado, donde las leguas se estiran para marcar mayor distancia. Las recomendaciones recibidas para poder llegar al lugar, se hacían cada vez más necesarias, por eso la memoria tenía que tener más claridad, como la luz del día, como la luna llena en la noche, cosa que a veces a Isabelino le fracasaba.

     ¡”Vamo Arrayan…no se me entregue ahora viejo buey….las leguas ya se están achicando”!…les decía….al despuntar en cada cuchilla y tener por delante, un horizonte nuevo, que se abría para darles paso, aunque se enturbie en los ojos cansados de los bueyes, al morir el día, después de marchar una jornada entera.

     Isabelino pudo ver a la distancia un cartel indicador, en un costado del camino, de esos carteles eternos, que los años transforman y lo van torciendo de a poco. Tan grande era la ansiedad acumulada y la incapacidad de lectura, que mucho antes de llegar al lugar, pretendió con apuro descifrar lo que decía. Isabelino ya sabía de antemano, que era tarea difícil de enfrentar.

     Letra por letra empezó a nombrar, queriendo formar una frase. Se le enredó en la mente como una ráfaga de tiempo huido su poco tiempo de escuela, apenas un año que ahora en éste momento le machacaba no poder leer con claridad, aunque no fuera con rapidez.

     Ojos turbios por el desgaste, incapacidad de lectura, propio de primer año de escuela y el cansancio del día, se juntaron y conspiraron contra la ansiedad de Isabelino, cuando quiso leer lo que decía, al momento de llegar al letrero.

    Se sintió tan poca cosa, tan inferiorizada estaba su alma, que recorrió su cuerpo de punta a punta, aunque no se daba mucha cuenta, la importancia de saber leer con claridad. Igual se maldijo una y otra vez el haber pensado en su niñez, que ir a la escuela era perder el tiempo y que era cosa reservada para unos pocos.

     Prefirió atornillarse arriba de una carreta y hablar nada más que con los bueyes, durante todo el día y todos los días, año tras año, sacando en conclusión al final, que él y los bueyes, los bueyes y él, eran la misma cosa y que todos vivían nada más que para cinchar de la misma carreta, tragándose los barquinazos que le dio la vida, sin poder salir de la misma huella, de los mismos caminos. Pensó que al igual que los bueyes, era una bestia más. Le sobraba el tiempo para pensar en sus cosas al carrero Isabelino.

     Se moría la tarde, un sol caído en desgracia, le daba paso al silencio del atardecer y el viento desinquieto, ya había amainado. Un poco más de camino y desprendería los bueyes para acampar y pasar la noche bajo la luz  de un fuego lento, del que encierra las miradas mojando los ojos y el reflejo de las pequeñas llamas.

     Isabelino seguía incentivando a la yunta de bueyes barcinos, con la punta de la picana y al mismo tiempo embutido en los recuerdos nostálgicos, sin lograr en el esfuerzo, terminar con la lectura del cartel indicador. Una pestañada larga del viejo carrero, el cansancio del duro trajinar durante el día, no lo dejaron ver con claridad, un pozo inmensamente grande en el medio de la huella. Cuando menos se lo esperaba, cayó una rueda y después la otra, se sintió un fuerte golpe y enseguida el quebrarse de los rayos de las rueda. Reventó el lapacho en cien astillas y la carreta se fue sobre un lado para caer estrepitosamente en un zanjón, con toda la carga de piedras moras. Todo fue muy rápido, como una pestañada de lechuza, el mundo entero se vino al suelo.

    Isabelino Rivero, a pesar de sus años largos, no pudo manejar la situación.          Descontrolados los bueyes, rodaron sin remedio, sumergidos en una situación desesperada. Un pozo grande como una olla había terminado con el viaje de piedras moras, antes de tiempo, antes del anochecer.

     Cuanto fracaso en tan corto tiempo. No pudo Isabelino cumplir con la responsabilidad encomendada, no pudo llegar a destino, todo terminó con la carreta desecha, y la yunta de bueyes, nobles bestias corajudas, lastimadas. Cuanto esfuerzo para un final infeliz, cuanto sacrificio inhumano para no poder llegar a destino.

     Isabelino despertó tres días después en su rancho, rodeado, acompañado de su mujer y sus hijos, memorizando, recomponiendo todo lo anteriormente sucedido. Le era difícil contar la historia, por lo menos en esos primeros días.

     Golpeado por las piedras, triste su alma, más por la carreta y los bueyes que por su propia persona, de tal manera que en las noches de insomnio, interrumpidas apenas por el canto de algún gallo fuera de hora, conversaba con ellos, sus dos compañeros de viaje y de infortunios.

     Los días pasaron enganchados unos con otros, como si fueran una ristra, colgada en las ancas del tiempo. El tiempo, que cuando lo dejan pasar con prudencia, todo lo sabe, el que todo lo cura o lo arregla, el que pone las cosas en su lugar, el que da las razones a quien corresponda, el que perdona. Parece que siempre tiene razón.

     Los bueyes curaron sus heridas, la carreta se recompuso, volvió a soltar al viento olores de lapacho fresco, volvió la talla en su madera perpetua, para encastrar sus partes. Volvieron a quejarse las ruedas, en cada barquinazo de los pozos y zanjones nuevos. Sin embargo en el pensamiento del viejo carrero, había algo que lo llevaba prendido como abrojo en la lana, cosa que el tiempo no lo pudo arrancar. Era como un sentimiento de culpa, el que mortifica, el que aguijonea el pensamiento al igual que la picana en el lomo de los bueyes, o las espuelas en las costillas del potro. Una tortura espiritual.




    Isabelino seguía sin saber leer ni escribir, apenas algunas letras deshilvanadas, apenas si se animaba a firmar con un garabato ilegible, desprendido de un puño tembloroso y con un lápiz mal tomado, como si fuera una picana.

     ¡”No has aprendido a leer, Isabelino”!!.....fue lo último que escuchó de una maestra, antes de subirse a la carreta de su padre y no bajarse más. Se subió a la carreta de los años, sin estar preparado.

     Hacía tanto tiempo de eso que ahora lo alcanzaba a escuchar nuevamente, cuando veía sus recuerdos a través de un cristal muy turbio, de esos que no dejan ver el pasado con claridad.


     Un día de Marzo, cuando el otoño empieza a tironearle las primeras hojas amarillas a los árboles, con días tibios y sosegados, Isabelino cortó las amarras de la inseguridad, juntó coraje y se presentó en la escuela del pago…

-¡” Buen día maestra”!....le dijo…con el sombrero en la mano, desparramado el andar y con cierta inclinación hacia adelante. La misma inclinación que llevaba arriba de la
carreta, tenía el molde de carrero después de tantos años. Le estiró la mano con mucha timidez y respeto.

-¡” Buen día don Isabelino”!....que se le ofrece por aquí,… después de tanto tiempo”?...le respondió la maestra, con una sonrisa amplia que le unía las dos orejas.
-¡”Quisiera maestra platicar algún asuntito que he estao pensando…y que lo llevo metido en el mate…vio?...porque ultimadamente he tenido ese tiempo y quiero que me diga…sin molestarla claro está”!….y si me dice que no…es NO!!… y a otra cosa mariposa”!

¡” Acaso no tendría que haber en cada escuela ‘e la campaña…un rinconcito pa’ un adulto”?...o estoy errao ‘e la muestra”!...le dio la última pitada al pucho de tabaco negro y lo tiró hacia un costado…y como añadidura…. escupida y pisotón.                                                                                                                       

     Tomó la postura de un oyente.
-¡”Don Isabelino….y se puede saber …que quiere hacer el adulto en ese rinconcito”?...le respondió la maestra con mucha seriedad, como queriendo adivinar las intenciones del carrero.

-¡” Maestra”!...yo quiero…si pa’ usté no es mucha molestia…que me enseñe de nuevo a ler y escribir …porque no alcancé a estar un año en esta escuela y me tuve que subir a la carreta ‘e mi padre… y no me pude bajar má…sabe maestra…tengo que trabajar…entonce yo quisiera que”!…

-¡”Lo entiendo perfectamente don Isabelino…y no se preocupe que todo se arregla en esta vida…ahora vaya para su casa que dentro de unos días yo lo mando a buscar….me entendió Isabelino”?

     La maestra se quedó mirándolo como se perdía con su tranco lerdo y torcido, por el medio de la calle angosta y se quedó pensando…

¡”Este hombre,… está abriendo una senda…y hay que dejarlo pasar”!... el tiempo dirá sobre los resultados”!

   A los pocos días de Marzo, a Isabelino Rivero, ya le habían acomodado y ordenado los horarios y días de clase, de acuerdo a su edad y su trabajo.

     Un nuevo alumno en la escuela del pago, había comenzado las clases, después que le recomendaron los útiles de trabajo y el libro 1º-, que lo conseguía en la biblioteca de la escuela.

     Una nueva aventura para Isabelino, había comenzado, aunque ahora en distinto terreno. Estaba descubriendo cosas nuevas, que antes las veía a la distancia y de poca importancia. Descubrió la alegría de leer y escribir correctamente, como se debe y no comprendía, como no había tomado antes la iniciativa. Ya no se sentía como un buey más cinchando de la carreta. Había aceptado el desafío a pesar de su edad y ahora veía con orgullo propio y coraje suficiente, que podían llegar otros desafíos.

     Se sorprendió la maestra cuando Isabelino pidió cierto día para llevar a su casa, un libro de Serafín J. García y más adelante otro de Javier de Viana. A pasos de gigante adelantaba su lectura y su escritura. Fue el momento en que todos comprendieron por que quería Isabelino, un rinconcito para un adulto, en la escuela del pago.

     Sin embargo nadie comprendió el porqué en aquella mañana fría de un invierno escarchado, cuando el viejo carrero dejó el mate amargo de lado, prendió los bueyes en la carreta y se largó al camino, quebrando el hielo de los charcos, por el mismo camino largo cruzado por zanjones y pozos grandes como una olla. Otra vez a desafiar horizontes nuevos, que le daban paso, otra vez con el mismo paso lerdo de bueyes cansados. Cansados los ojos con el solo hecho de mirar el camino.

     Se encontró con el mismo letrero indicador, letrero eterno, que el tiempo maltrata pero no lo borra, que todavía está ahí, torcido, pero está, para que Isabelino con más sangre que los bueyes, lo desafiara.
     Lo leyó con rapidez, unió las letras y palabras, unió la frase en menos que canta un gallo y que aquella vez le había marcado la vida. Antes o después de que se cayera en el pozo.

     Comenzó a reírse Isabelino, cada vez con más alegría y más fuerza, de tal manera que la risa golpeaba en las piedras, en los árboles y hacía un eco en todo el llano y en los cerros. Esa era su alegría, podía leer rápido, sin titubeos, sin tener la necesidad de volver a empezar una y otra vez, tartamudeando, tembloroso y sin definir nada.
     Cada vez mayor era su alegría, a pesar de que el letrero indicador decía burlonamente......”.cuidado con el pozo”
     Apagó el fuego, enganchó los bueyes y se volvió para su rancho…silbándole al destino, una chamarrita alegre.
¡”Vamo Rincón…que`l camino no termina aquí”!!
¡”Vamo Arrayan….no se me duerma mi amigo… que ahí viene un repecho largo con zanjones recién inaugurao”!!

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