viernes, 22 de julio de 2011

La inmortalidad  



Wilson Armas Castro


El hombre se quedó con la cruz de madera que mi padre le había fabricado a su pedido, con la finalidad de regalársela a la Iglesia.

-Ya que es una donación, -apoyó mi padre- quiero, también yo, contribuir con mi trabajo a la obra de la Capilla…
El hombre agradeció el gesto y echó a la camioneta la pesada cruz de madera, pulida y lustrada. ¡Era una joya!
   Yo conocía al sujeto.  Es, porque aún vive, un anciano echado para atrás, que descansa su nuca en los mullidos respaldos de su enorme fortuna. Todo el mundo conoce su prosapia y admira el fenomenal esfuerzo con que ha  manejado su capital. Pero muy pocos saben que es uno  de los tantos exponentes “que comen santos y cagan diablos”
Miro a Pocho y le pregunto: -Decime Pocho, ¿qué valorás más en tu vida?  Después de haberme hecho el cuento de la cruz de madera, no pude contenerme sin formularle esta adivinanza.
Pocho se rascó la cabeza, puso cara de circunstancia y al cabo de un momento me dijo:
-No te entiendo, no acabo de entenderte.
-Pensá un poco, Pocho. Me acabás de hacer un cuento que me deja perplejo y se me ocurre pensar en esa pregunta: ¿qué valorás  más en tu vida?
Sigue pensando. Se rasca el mentón, después la nariz, sigue por las orejas y  al fin me dice: -Me metés en cada lío, vos. ¡Mire que si voy a saber qué cosa es más importante en la vida! ¡Para mí son todas importantes!
-¿Cómo cuales?
- Y... hay tantas cosas importantes por las que  bien vale vivir...
-Bueno, mencioname una, por lo menos.
- Hay ejemplos a montones... Para cualquier lado que mirés, hay uno. Mirá para allá, ¿qué estás viendo?
Le hago el gusto, miro hacia donde él me indica y lo único que veo es a su perro que se rasca afanosamente la barriga.
- Mirá que te estoy preguntando en serio.
-Y yo te contesto en serio.
-Vos me estás tomando el pelo, Pocho, - le digo-.
  Pero Pocho está realmente serio. Su actitud es de profunda seriedad, de preocupación, diría yo.
-Me dijiste que era en serio la pregunta, ¿no es cierto?
-Claro, le contesto.  Pero no es para tanto. Ponés cara de  actor trágico.
-Si me preguntás  qué es lo que valoro más en mi vida, me es fácil contestarte. Sabés bien que me educaron con  las  normas de un creyente  cristiano; por consecuencia, debo establecer que si Dios nos dio la vida, no dudo que lo más importante y de más valor, es mi vida.
Pocho es un hombre de unos cincuenta años, carpintero de profesión y siete oficios por vocación. Su contextura  física   le permite  trabajar a “full”y su inquietud por hacer cosas, lo llevan a incursionar en una multiplicidad de actividades; desde desarmar un motor de coche hasta  levantar una casa de material; solazarse con la pesca durante una tarde entera a orillas del río; fabricarse un tamboril y tocar a ritmo  de  candombe caliente, una canción del Negro Rada es una diversión de locura. Un ejemplar de hombre que, si lo juzga  un citadino, seguramente sentirá un poco de envidia al verse empequeñecido por la superioridad artesanal de Pocho.  Contagia con su vitalidad, con  una sana alegría de vivir. A veces -me digo- si no es más útil y efectiva la convivencia   junto a una persona sana, de trabajo, que practica una  sencilla terapia  que combate la depresión.  La depresión anímica es una afección que está de moda, que se enquista en el sujeto cuando al pobre diablo  le faltan las ganas de vivir. Muchas veces, Pocho, -sigo diciéndole - vivir junto a  un quejumbroso  llorón, te enferma gravemente por contagio.
- ¿Y a qué viene toda esa retórica? -me  corta Pocho,  bastante fastidiado.
 Pero lo corto y no le permito seguir. 
-Dejame terminar, hombre, -le digo-.  También la ambición desmedida por acumular guita, vos bien sabés, -me mira medio caliente- corroe el espíritu y pudre el alma  -le  agrego para remachar el juego, para que le dé más bronca-, es el tesoro más preciado que  el hombre dispone para soñar.
Pocho me mira socarrón.
Me da a entender que no cree un pito  en semejante tontería.
  -¿No lo creés? ¡Hay tantos ejemplares sin sueños  que conviven con  nosotros!  Vivir sin sueños…
Me detengo porque la moralina, al parecer, lo revienta.- Pero   la codicia
–continúo- es la moneda corriente en estos tiempos. Y Pocho  vuelve a mirarme.  Por algo, los  grandes escritores   han  pintado estos vicios con  dos caras. La avaricia es una de ellas. Harpagón fue  inmortalizado por Moliere. Leé esa  obra y  ya verás a un sujeto podrido en plata….
-Bueno, dejémosnos de tanta filosofía –me corta Pocho-  estoy podrido  de escucharte vomitar tanto bla,  bla,  bla, al cuete.
 - No me desprecies, Pochito. -Lo acaricio con  ese diminutivo porque me doy cuenta que está cansándose.- Es un buen ejercicio hablar de vez en cuando de estas pavadas. ¿No te parece?
 -¿Y por qué me las embutís a mí?- me cortó. Pensé que reventaba de un tortazo en ese momento.
-Dejame que te explique - le interrumpí -. Habrás tenido que ir alguna vez al cementerio. ¿No?  Estoy seguro que  chocaste con   un precioso  panteón que aún está vacío, sin ocupar.  Bueno, fue  construido a pedido del interesado. ¿Entendés? El interesado, el futuro ocupante,  aún está  vivito y coleando; bueno ese mismo afirma que después de la muerte  el alma continúa viviendo; que la existencia no termina con la muerte.  Sigue obsesionado por seguir con el estatus que hoy disfruta en vida. ¿Has visto esa caja fuerte hecha de granito negro? Se parece, más a una fortaleza  que a un panteón. Parecería que el dueño piensa en defender la inviolabilidad de su tesoro, aprisionado en ese recinto a prueba de robos. Claro –pensará-  acá se alojarán mis huesos;  los restos de un dichoso mortal que espera  la muerte para tenerla de compañía. Tiene una puerta  de cristal triple, irrompible, que sólo lucen los palacios modernos.   Sin dudas,  el dueño, lo ocupará definitivamente dentro de poco tiempo. No sé qué espera ese hombre. Se me ocurre pensar que lo hizo construir para sobrevivirlo.
Porque la muerte no es la muerte definitiva, pensará. Estando muerto vigilaré a mis familiares y les dictaré normas  sobre cómo ahorrar dinero; los obligaré a  no dilapidar lo que  con tanto esfuerzo  acumulé en mis ochenta y ocho años  de avaricia. Desde ese lugar  estaré dominando con mi espíritu, las acciones
bursátiles que les dejé para que especularan; trataré   que mi  imagen  sea preservada en el recuerdo  público. “El mundo  deberá detenerse frente a  mi  monumento de granito negro, pulido, que refleja los  añosos cipreses inmortales del cementerio; y  las multitudes se detendrán para exhalar una  exclamación  admirativa: ¡Acá descansa un hombre probo y prudente, ejemplo de austeridad durante su larga vida! Dirán: ¡cómo supo ahorrar, cómo pudo edificar su fortuna en tiempos tan  difíciles,  cuando todo el mundo tiraba dinero por la borda! ¡Un  ejemplo  de “homo economicus”!
Probablemente – piensa - su carne seguirá  indemne, fresquita a pesar del tiempo caluroso; desafiante a la eternidad universal. Y en las venas seguirá corriendo la sangre, y el corazón seguirá palpitando, potenciando su cerebro  que continuará, sin detenerse, operando a la enésima potencia, hasta llegar al infinito, en las alturas de la  ultra vida.  Y los humores de los tejidos, la solidez de los huesos y la flexibilidad de sus músculos seguirán inexorablemente; el movimento peristáltico de sus tripas, el filtro del riñón, las secreciones hormonales, la sensibilidad táctil y las infinitas funciones del cuerpo, no se detendrán jamás…              Finalmente, el espíritu de Harpagón, imperturbable, desde su inmortalidad libresca, permanecerá incólume, per seculam seculorum, en el recuerdo de las generaciones.
 Mientras siga en su tumba, ese señor continuará haciendo cálculos de pérdidas y ganancias
– continuaba yo hablándole a Pocho, que  cambiaba de color como el camaleón enojado, tal vez buscando un espacio para mandarme a la mierda…
- Buscará las formas elegantes del cicateo y seguirá regateando e imponiendo sus condiciones leoninas a los pobres desgraciados a  quienes les  prestó dinero para que otro usurero no los ahorcase.
¿Y cuándo llega ese señor?- gritará el silencio de la bóveda.
La hermosa cruz que fabricó tu padre para los Salesianos, -otra vez le revuelvo los sesos a Pocho- seguirá, allí,  ingrávida en  el lugar de la cabecera del ataúd.  Alguien pasará creyendo que  el difunto está disecado en su eterno descanso y le  rezará una  contrita oración. Pero el difunto aun no ha llegado.
No exagerés -gritó  Pocho caliente como un ají -. Pintás de negro todo lo que cae en tu enfermiza imaginación  de tipo  derrotista.
 Pocho no pesca la ironía de mi filípica. Continúa perplejo ante mi hermoso  macaneo imparable.
- ¿Quisieras explicarme – Pocho - por qué ese hombre mandó construir su tumba con tanta antelación? Es posible que crea que su vida  fue ejemplar, digna de ser imitada, y, tal vez, por qué  piense que ha conquistado su INMORTALIDAD.
- Mirá, Pocho, continúo: un insigne poeta escribió lo siguiente:
“VIVIR SE  DEBE LA VIDA,
DE TAL SUERTE,
QUE VIVA QUEDE EN LA MUERTE”
Y Pocho me miró como para matarme.
 Yo creo –seguí sin importarme un pepino su bronca– que se podría grabar esa sentencia, como epitafio,  en la puerta  de cristal triple irrompible del  lujoso panteón. ¿Qué te parece, Pocho?
  Pocho  quedó serio como perro en bote. Yo largué la carcajada.
 No entendió el chiste, no pescó nada. Estoy seguro que mi broma le pasó por arriba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario