Adelita Mileña
Roberto Sari Torres
Cierto es que a Adelita Mileña se la vió una noche muy risueña, sensual y juvenil, marcando el paso de un tango de esos que viven para siempre en la evocación y en la memoria su melodía, y con el que dos por tres se ensueña, en esos días que un anochecer melancólico trae del alegre bailongo, por el éter “afrancesado”, el perfume dulce en la piel de las mujeres lindas, es decir, de todas. Y esto es así porque cuando es mucho el tiempo que ha pasado, sin dudas casi todos los detalles se han borrado y la melancolía que recuerda al bulto nomás, “oferta” solidariamente por todo el lote; una especie de ternura consuelo sin más efecto que el rebote de algunas características : la flaquita, la rubia, la morocha,- ¿te acordás? – o la que estaba inolvidablemente buena: la de ojazos celestes, negros, amatistas… Pero a ella la vió- dijo Darío- taconeando, marcando el paso en un salón doloreño cerca del río, quitándole el sueño a más de uno y el revés de un tortazo que de pasada recibió el rubio Dumazo, tras andar a los manotazos con las nalgas de tal “brigit bardot”. El rubio amagó llorar, desengañado de tanto amar, hasta el punto de sentir ganas de matar a aquella “Melenita de galpón”. Pero no. Se contuvo cuando sintió que ya estaba gastada toda esa pasión que le entregó sin chistar susurrándole apenas, bajo las estrellas de una madrugada, si además con ella se quería casar.
Un recibimiento popular al cantor Felix Romero (desconocemos el motivo y la fecha). Al volante, Alberto Della Santa, fundador del Club Praga de Mercedes. |
La llamaron “milongona”, desde que dejo mal parado -frenándolo “en seco”- al zurdo Ramón Bolado. Pero eso fue en Cardona en semana de carnaval, una noche en que “ el zurdo” templaba en la bordona un tono bajo, arrabalero, para acompañar a un tal Félix Romero que homenajear quería con una “milonga del sur” (autoría de Pintín Castellanos) al gran Dogomar y al “Archimur”… Velada que repitió el cantor en el Bar Quito; estaño de los burreros de la ciudad sansalvadoreña, con sombras de “gardeles” amenizando hoy su soledad, por las calles una noche, a Adelita Mileña se oye gemir, porque se tiene que ir de la ciudad, como un fantoche. Pobrecita “la porteña” –sin más nombre ni señas- con un vestidito azul con estrellitas doradas y sandalias con hebillas adornándole los pies. Sube al tren de las tres y diez, con la frente sobre el vidrio de la ventanilla, y poco más allá de la curva el convoy de la madrugada ya no se ve, perdiéndose en la nada, indescriptible, de una niebla amarilla.
Quedó una milonga malhumorada cuando le pasaron por encima, sin piedad, las décadas de la vecina de las manos bien cuidadas, con las que sabía tocar una tonada leve como sus caricias. Y todo por nada, porque Adelita era incapaz de cualquier malicia, aunque de gesto adusto al referirse a algunas cosas…Como ser a esas canas suyas que justo, y de vivir nomás, algunas las ven no sin malicia: -¿cómo lo hizo siendo tan pobre, tan rana, tan poca cosa?-
La envidia opaca la belleza de las rosas y también la luz de un ideal.
Mas vale que al puntear los tonos de un tango, su melancolía tenga un eco de aquellos días que valían la pena guardarlos para después al tiempo contarlos…
Contarlos por el sentido común que la aureolaba, por lo seductor innato en ella que inspiraba el bordonear. Se podía hasta imaginar, con su lírica irredenta, aventuras en procura, como un sueño, de ignotas alturas de simple y pura felicidad, en esas ganas tremendas de vivir (sabiendo lo triste y doloroso que fue ayer) un tipo de porvenir que no lastime ni agreda injustamente y evitar así lo amargo que luego en el alma queda.
En un barrio marginal (por la realidad de pobreza que se ve y la que no) la bota de los hampones le dejaron la marca de sus tacones…porque, como entonces, hoy no existe en la conciencia otro final.
Destino amargo del mal; de toda esa tristeza que pinta el marrón oscuro de cualquier pobreza. Pero tal vez, Adelita, el “synkopé” que sopla de abajo, le de a tu esquina drogadicta un ritmo de vigor y nobleza; una cadencia minuciosa como la que una milonga y tu belleza trajo; eso que hoy no tiene porque todo, lamentablemente, todo lo bueno se fue al carajo.
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