sábado, 9 de abril de 2011

El guiño de Galileo


Aldo Roque Difilippo

Seguramente sonreíste cuando el Papa te indultó. A vos, que poco te importaba la palabra oficial. ¿Qué otra cosa podría provocarte después de más de trescientos años? Como si el Universo pudiera frenarse por un simple papel. Como si Dios, que todo lo sabe, o todo lo intuye, cambiara su perspectiva y pusiera al Hombre en el centro de ese infinito mar que es el Cosmos.
Él jugaba con los hombres, dejándolos creerse el centro de todo, cuando vos Galileo bien sabías que no somos el centro de nada, que todo se mueve, cambia, y que solamente era cuestión de tiempo, pero que  pese a reconocerlo o no, las estrellas seguirán su camino.
Hoy te veo adusto, con una actitud de profeta grave, con la mirada reflexiva en un punto lejano, pero te intuyo inquieto como un niño que todo lo quiere saber, que necesita encontrar el por qué de todas las cosas.
Cuando tenía frío y mi madre me arropaba, no sabía a quien agradecerle que hubiera inventado el termómetro para que ella llegara con el medicamento a tiempo, y ahora me entero que fuiste vos, y que también te preocupaste por otros temas que nunca entenderé por más que me empeñe. Porque en definitiva también yo soy un ser tan pequeño, como seguramente te sentiste ante la tremenda vastedad del Universo.
Te intuyo y te celebro por tu picardía, pues me dicen que te obligaron a retractarte, como si los planetas se detuvieran por decreto, y que solemnemente (¡que ironía Galileo!) lo hiciste de rodillas ante los jueces de la inquisición, y que al incorporarte dijiste: "E puri se muove".
Estoy seguro que Saturno y Júpiter sonrieron, que la Luna vibró aguantando la risa.
El Papa Urbano VIII seguramente no quedó muy conforme con tu respuesta, pero también sabía que en algún lugar del infinito el creador de todas las cosas sonreía y repetía: "E puri si muove".

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