sábado, 5 de noviembre de 2011

 El Ruido Del Mar

Hay un tejido, una red luminosa
que tiembla en la arena, por abajo del agua.
Se ve a través del verde transparente
como una temblorosa trama.
Cuando la ola rompe su espuma
quedan burbujas sueltas, chiquitas
sobre la piel del agua:
brillan intensa, nítidamente
en seguida se apagan.
Por la suave curva de las olas
sobre su
lento
avance
sobre su amplio movimiento seguro
la luz resbala.
Se deslizan los resplandores
por los movedizos
toboganes del agua.
Ruido del mar, qué golpe derramado
qué entreverada voz y qué sonido
tan confuso y oscuro
cuando todo en derredor está tan claro.
Todos los límites
firmes y recortados
todo con su color tan decidido
los colores tocándose
uno al lado del otro, sin mezclarse.
Y parece que cada uno: limpio
y liso azul, rojo tejado
verdor brillante
diera un sonido puro e inaudible
y todos un acorde fuerte y claro.
Pero el ruido del mar no se comprende,
se desploma continuamente, insiste
una y otra vez, con un
cansancio

con una voz borrosa y desgranada…
Y no se sabe
qué es qué quiere o qué pide
el
turbio
ruido oscuro
cuando todo en derredor está tan claro.



Mito Amazónico


Escucha la historia de la Muerte.
Ell
a estaba sobre la tierra, escondida.
Ella no estaba abajo.
Un agua subterránea, pura
era bebida de los inmortales
debajo de la tierra.
¿Quién fue culpable?
El que salió y quebró y saltó hacia afuera
por haber escuchado un canto de pájaro.
No hubiera escuchado.
No debía salir.
El dejó el lugar protegido.
El juntó frutas, plantas
y llevó adentro, abajo.
Y en cada fruto estaba semilla de la muerte.
Cayeron las semillas. Germinaron.

 

 

Poema Abril

 

Este día tan lleno de niñez,
las cápsulas verdes de los eucaliptos
en el suelo, entre hojas.
El buen aroma frío y viejo trae
de la mano, consigo,
los paseos al sol y por un parque
en un abril de viento.
Por mirar la vereda así y oír el ruido
de las hojas, arriba;
por recoger las cápsulas y
aspirar
hasta el alma
su antiguo olor, se puede,
¿a veces, sí, se puede?
abrir puertas cerradas hacía días remotos;
las mañanas del sol y un aire limpio, fino,
los bancos de madera por el borde del parque,
las veredas desiertas,
un viento decidido contra la cara, frío,
y en la mano, tibieza de la mano materna.

Cambios

 

Unas veces el cambio se prepara
en forma subterránea pero estalla
de modo brusco, abierto:
nova en el cielo
grieta en la tierra
inundación de luz en plena noche
lengua
de fuego
asoma sorpresivamente en la mirada
del otro, vuelto Otro, vuelto ajeno.
Otros cambios se gestan
imperceptiblemente.
De una oscura manera
de un modo
silencioso
lo que no estaba está y lo que estaba
es destruido.
Pero tan gradualmente
que siempre quedan restos:
de la mirada, alguna
chispa
alguna vez.
De la voz, algún eco
(palabra no enfriada
todavía).
 






LA   CASA DE POLVO SUMERIA

Cuando los estudiosos se enfrentan a los mitos y analizan su posible significado o estudian su estructura, dejan de lado, en la gran  mayoría de los casos, el otro aspecto del mito: su extraordinaria fuerza poética.

De la asombrosa leyenda del héroe sumerio Gilgamesh  sólo nos quedan algunas tabletas de arcilla, escritas en caracteres cuneiformes. Allí no está el poema original,  sino su traducción al idioma akkadio.  Las tabletas fueron halladas en las ruinas del palacio de Asurbanipal, el último de los  más famosos emperadores asirios, quien reinó en Nínive, unos seiscientos años antes de Cristo.

El poema primitivo era mucho más antiguo: fue escrito en idioma sumerio, en tabletas de arcilla muy dañadas, unos dos mil años antes de nuestra era. Estamos, pues, frente a uno de los más remotos rostros con los que se nos presenta la poesía, tan antiguo como el de las pirámides egipcias. Sabemos que a sus propias construcciones piramidales   - los ziggurats-  los sumerios no lograron hacerlas  durar cuatro milenios, por estar hechas de ladrillo.  Sólo podemos imaginar cómo serían, por ejemplo, esos grandiosos templos que  adornaban la ciudad sumeria de Uruk, en la que reinó Gilgamesh.

La historia de este rey está totalmente trasmutada en fantástica leyenda, la que le atribuye ser más que un semi-dios, pues era  "tres cuartos divino y uno humano". Entre las numerosas aventuras y hazañas que se relatan sobre él  sobresalen las que realiza con su compañero Enkidu, el primer mortal que se atreve a amenazar y aún a atacar a un dios – nada menos que a la poderosa diosa Ishtar.-  y recibe como castigo una muerte lenta, un descenso gradual al infierno sumerio: la Casa de Polvo. Enkidu tiene tiempo de relatar lo que ve allí. En ese lugar en penumbra todo está cubierto de polvo, especialmente los cerrojos de las Grandes Puertas. Una densa  capa de polvo las recubre, signo de que no se han abierto en mucho tiempo. Lo más llamativo, más que la presencia de la reina del infierno –Ehreskigal- con su escriba sentado frente a ella, más llamativo que las coronas de los reyes, que se acumulan allí, polvorientas, a un lado de la entrada, son – sorprendentemente!-  las voces de esos mismos reyes, también acumuladas y también cubiertas del mismo polvo que cubre todo el lugar.

La imagen de estas voces, amontonadas y polvorientas, posee un claro valor poético que no es necesario subrayar.

La idea que está presente aquí es la de la muerte como gran igualadora y es muy común en la historia de la literatura; recordemos a Luciano, bajo el imperio romano, quien muestra la humillación a la que son sometidos los pasajeros de Caronte, entre ellos varios reyes, quienes deben despojarse de sus coronas y deben “arrojar su orgullo”, pues pesaría demasiado en la frágil barca...

Siglos después, Manrique nombra: “Los reyes y emperadores, / los papas, los arzobispos /y prelados / así los trata la muerte/ como a los pobres pastores / de ganados.

Regresando a la Casa de Polvo  sumeria, la desaparición de Enkidu es motivo para que el héroe trate de escapar del mismo destino “polvoriento”. Cuando ya está por lograrlo, por haber persuadido al único hombre inmortal (Upnapishtin) de que le entregara el secreto de la inmortalidad, fracasa sin embargo en la prueba previa: mantenerse despierto siete días y siete noches. El héroe está tan fatigado, que  cae dormido inmediatamente y duerme todo el tiempo que debió velar.

Este es su primer fracaso. Cuando consigue, en compensación, la Flor de la Juventud, a la que debió ir a buscar al fondo del océano, teme, sin embargo, aspirar su perfume. Teme haber sido engañado. Y prefiere esperar hasta llegar a la ciudad de Uruk y hacerla probar a algún anciano. Pero otra vez el cansancio lo traiciona: vuelve a caer dormido y la flor es devorada por una serpiente

Los lamentos de Gilgamesh pueden considerarse como la  primera vez que el hombre se plantea  el sin sentido del esfuerzo humano: "Para quién trabajé tanto, para qué me esforcé tanto!"
        
Las tabletas de arcilla están rotas, de modo que nos queda un fragmento final del  poema, en el cual Gilgamesh contempla el relato de sus propias hazañas grabado en lapislázuli  sobre las murallas de la ciudad.

El propio héroe, como lo hará Helena en La Ilíada  o como lo hará el Quijote en la segunda parte, puede verse a sí mismo como personaje literario, como  sobreviviendo, digamos, en la memoria de los hombres.

La memoria humana pasa a ser entonces, trasmutada en poesía, la que "desempolva" aquellas voces acumuladas en el más allá y las conserva vivas.





El Puente



En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste eso sólo.

Aunque sea un instante, existe, existe.








viernes, 28 de octubre de 2011

Nueve letras tercas


Aldo Roque Difilippo


El paredón amaneció reclamando libertad. "LIBER ARCE" fue pintado en letras de alquitrán, negro y burdo, recordando a uno de los primeros mártires del terror.
El blanco del paredón gritó en cada letra lo que todos repetían en voz baja, resistiendo a la lluvia. Una bofetada en nueve letras que era necesario silenciar.
La orden fue impartida y manos militares, escrupulosamente blanquearon cada una de las letras.
La pintura secó, y el paredón volvió a gritar "LIBER ARCE" pero esta vez de un blanco inmaculado en medio del blanco raído de la ancha superficie.
Nueva orden, y nuevas brochas se esmeraron con la cal, blanqueando cada centímetro del machucado reboque, pero volvió a brotar  el "LIBER ARCE" del alquitrán, algo más tenue, pero cada vez más evidente.
La charretera libró otra orden, más drástica y aleccionadora: "Picar el reboque; esa es la solución", y el cincel milico y obediente con extrema pulcritud picó una a una aquellas letras ofensivas.
A la tarde, un bajorrelieve perfecto gritó: "LIBERARCE", con más fuerza y vigor.
En la calle un murmullo terco comenzó a repetirse: LIBERARCE, LIBERARCE, LIBERARCE; persistente, desprolijo.

Manifestación (Antonio Berni)

El paredón se había convertido en una amplia superficie inmaculada, ahuecada por esa frase unida por el cincel; y que todos repitieron en voz baja como un rezo.
Había que liquidar aquel exabrupto, y así se hizo. Una cuadrilla uniformada, marrón en mano, derribó cada uno de los ladrillos. Ya nadie volvería a repetir esa frase oprobiosa.
Tras la ventana del geriátrico, un par de ojos gastados pero vivaces, sonrieron al reencontrarse con todos los colores de la calle. Por fin sus eternas tardes podrían discurrir con mucho más que el reboque de un paredón tan alto y opaco.
Sonrió al ver la gente, los autos, los perros orinando los árboles; y agradeció con un rezo, repitiendo: LIBERARCE, LIBERARCE, LIBERARCE.
EL SILENCIO                                    
                                                          
El silencio que elabora mi cabeza
es silencio secreto.
Tomo por centro mi silencio
y hago girar la vida por la rueda.
Hay formas de vivir que piden el silencio
para  que se decante la impureza del alma;
cuanto más se acrisola el pensamiento,
más profundo  se torna mi  silencio.
Hay fibras y excrementos que confluyen
por cauces muy diversos;
pero  también hay miel,
necesidad  de amar  y de querer,
y de sentir y de ser solidario...
Mi silencio está lleno de clamores,
de  voces que dialogan,
de  brazos que se abrazan.
¡Hay  silencios henchidos de silencio,
            hay  campanas de bronce que repican
pregonando   ¡silencio!

Wilson Armas Castro
De sueños y utopías

            
Ángel Juárez Masares


         
Esta historia ocurrió hace muchos años, y desde entonces estuvo en mi memoria.
Yo me había refugiado por un tiempo en un rancho perdido en medio de los campos de mi amigo Domingo Alvarado con la intención de terminar mi última novela. Sólo tenía por compañía dos perros marca perro -y por lo tanto muy guardianes- y una pareja de murciélagos que habitaba el alero de la casa que da al poniente, desde donde tenían a mal traer arañas y mosquitos.
Como suelo escribir en manuscrito no necesitaba otra cosa que un viejo farol a queroseno y algunas vituallas que Zaldúa –el capataz- me alcanzaba dos veces por semana.
Una tarde, el sol había comenzado a estirar las sombras sobre los campos cuando escuché el resoplido de un caballo.
Sorprendido, porque en todo caso esperaba oír el motor de la camioneta de la estancia, me levanté despacio y salí al patio.
Allí estaba. Era un gaucho flaco y alto encaramado en un matungo tordillo igual de flaco y de alto.
-Buenas tardes- dijo el hombre sin moverse de la montura.
-Buenas- contesté. ¿Qué lo trae por aquí?-
-Si tiene algún rincón pa´hacer noche le viá quedar agradecido.-
Por entonces yo llevaba casi un mes sin ver otra persona que no fuera Zaldúa, y que además tenía la orden de “no molestar”, de modo que se iba tan pronto descargaba “la provista”. De manera que sin pensarlo demasiado le dije:
-desensille. Contra aquel alambrado tiene agua para el caballo, y si lo suelta en el potrero de la tranquera de la izquierda tiene buen pasto. Después entre nomás.-
-Ta güeno…-respondió el viejo apeándose trabajosamente.
Así las cosas, entré en el rancho para tirar unos leños más al fuego, descolgar un cuarto de oveja que se oreaba al costado de la chimenea, y darle la primera vuelta al mate.
Con todo pronto me dispuse a disfrutar de la visita del desconocido. La experiencia me había enseñado que siempre se aprende algo de la gente de campo, y más de una vez, mis personajes de ficción tuvieron algo que ver con individuos de carne y hueso.
Al rato, dos golpes en la puerta anunciaron la presencia del hombre, que esperó delicadamente mi autorización para entrar.
Nos sentamos frente a frente junto al fuego, y pude ver su rostro pintado de rojo y amarillo a causa de la lumbre y el farol. Era un anciano de blanca barca recortada en punta y escaso pelo, también blanquísimo y lacio. Estiró un brazo extremadamente largo y huesudo para tomar el mate, y dijo:
-espero no molestar-
-Para nada –respondí- por ahí podemos armar una linda charla. Yo le cuento lo que estoy haciendo, y usted de dónde viene. Y si quiere, hacia dónde vá.-
-Ta güeno…pero mire que mi historia es larga…es mucho más larga de lo que usté puede suponer.-
-Bueno, entonces me cuenta algo nomás, mientras se asa la carne y tomamos unos mates.-
El hombre hizo silencio. Volvió a mirar el fuego, se rascó la barba en punta y dijo:
-yo vengo de otras tierras. Alguna vez tuve una casa, un buen amigo, y un gran amor. Alguna vez hablaba diferente, tenía otra indumentaria, otras ilusiones, y otras esperanzas. Pero hoy…sabe…mi destino es otro. Mi misión es otra.-
El viejo hizo una pausa para sorber el mate y volvió a mirar las brasas, oportunidad que aproveché para preguntarle:
-¿y cuál és. Si se puede saber?.-
-Alimento fantasías. Pongo dragones en la cabeza de quienes creen en ellos. Apaciento unicornios en noches de luna llena. Susurro poesía en los oídos de los enamorados, y quiebro las piernas de los hipócritas y los traidores.-
-Y…digo yo… ¿no le parece contradictorio?... Me atreví a opinar con cierto recelo.
-Para nada, porque –como ahora- comparto historias con quienes son amigos de duendes y fantasmas, y eso compensa alguna exageración que me surja de repente.-
-Y qué le hace pensar que yo soy amigo de duendes y fantasmas?-
El viejo sonrió ladinamente y respondió:
-Ya lo va´descubrir usté solito el día menos pensado. Y ese día podrá hacer dos cosas: guardar en secreto la certeza de haberme conocido, o contarle a los demás de mi presencia y que lo tomen por loco.

El sol despuntaba entre jirones de niebla y nubes de tormenta cuando el ruido de jergas y caronas me despertó sobresaltado. Me tiré del catre y con un poncho encima salí al patio.
El viejo ensillaba parsimoniosamente su tordillo, y allá a lo lejos se acercaba la camioneta de Zaldúa, perseguida y ladrada por los perros que la habían oído mucho antes.
Bajamos los cajones de verduras, la bolsa de galleta, medio borrego, y una de tres de tinto. Pregunté a Zaldúa por mi amigo, su familia, y las cosas de la estancia, y le conté del visitante que ensillaba –ahí nomás- junto al bebedero.
El capataz no dijo nada. Me miró a los ojos fijamente, cargó los cajones vacíos, y se fue tan rápido como vino.
A todo esto, el viejo había terminado de aparejar su caballo, montó con cierta dificultad, y se acercó al portón del guardapatio. Nos dimos la mano, nos deseamos suerte, y se marchó al trote rumbo al sur.
Sería quizá la una de la tarde cuando los perros atropellaron y salieron de estampida campo afuera.
Yo estaba releyendo un capítulo, pero salí al patio a conocer el motivo de la alarma.
Allá abajo, en medio de una nube de polvo y pasto, venía la camioneta de la estancia.
-Zaldúa olvidó algo- pensé.
Pero fue mi amigo Domingo Alvarado quien descendió del vehículo.
Hablamos de cualquier cosa. Dijo que iba a ver un alambrado del potrero del fondo, y antes de subir nuevamente a la camioneta preguntó:
-vos… ¿estás bien?...
-Claro…¿por qué lo preguntás?...
-¿No estarás trabajando demasiado?...
-No, Domingo, estoy bien…¿qué pasa?.-
Alvarado bajó la vista, jugueteó con un montón de llaves, empujó la cubierta de la camioneta con la bota, y dijo:
-Dice Zaldúa que tuviste visitas-
-Un viejo llegó ayer de tardecita. Se quedó a dormir y se fue esta mañana. Justo cuando llegó Zaldúa.-
Mi amigo pateó otra vez la goma, subió a la camioneta, dio arranque y dijo:
-Este fin de semana andate para la estancia…ta?. Así charlamos, jugamos con los gurises, y salís un poco de esta soledad…Sabés…Zaldúa dijo que esta mañana aquí no había nadie.-

La camioneta de Alvarado se había perdido en la distancia, y los perros regresaban al trote y con la lengua afuera cuando caí en la cuenta que estaba parado en el mismo lugar. Mi cabeza funcionaba a mil por hora tratando de atar la infinidad de cabos sueltos que me dejó la visita de mi amigo. Y una de las mayores interrogantes la planteaban los propios perros, que ahora se revolcaban en el pasto ensayando una pelea.
¿Por qué no habían advertido la llegada del viejo la tarde anterior?
Ahora que hacía memoria, en ningún momento emitieron un solo ladrido.
Preocupado, entré al rancho para comprobar qué indicios había de la visita del hombre.
Frente al fuego –ahora consumido- estaban las dos sillas de madera y paja. En el suelo, dos vasos con restos de vino.

Nunca antes había contado esta historia, pero a pesar de Zaldúa nadie podrá decir que estoy loco. Yo seguiré guardando en secreto la certeza de haberlo conocido, y para que El siga cumpliendo su misión, esta noche tomaré nuevamente mi lanza, la apoyaré sobre el papel, y continuaré escribiendo sobre sueños y utopías.