Tengo estos huesos hechos a las
penas
Tengo
estos huesos hechos a las penas
y a las
cavilaciones estas sienes:
pena que
vas, cavilación que vienes
como el
mar de la playa a las arenas.
Como el
mar de la playa a las arenas,
voy en
este naufragio de vaivenes,
por una
noche oscura de sartenes
redondas,
pobres, tristes y morenas.
Nadie me
salvará de este naufragio
si no es
tu amor, la tabla que procuro,
si no es
tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo
por eso el mal presagio
de que ni
en ti siquiera habré seguro,
voy entre
pena y pena sonriendo.
Un carnívoro cuchillo
Un
carnívoro cuchillo
de ala
dulce y homicida
sostiene
un vuelo y un brillo
alrededor
de mi vida.
Rayo de metal crispado
fulgentemente
caído,
picotea
mi costado
y hace en
él un triste nido.
Mi sien, florido balcón
de mis
edades tempranas,
negra
está, y mi corazón,
y mi
corazón con canas.
Tal es la mala virtud
del rayo
que me rodea,
que voy a
mi juventud
como la
luna a la aldea
Recojo
con las pestañas
sal del
alma y sal del ojo
y flores
de telarañas
de mis tristezas
recojo.
¿Adónde iré que no vaya
mi
perdición a buscar?
Tu
destino es de la playa
y mi
vocación del mar.
Descansar de esta labor
de
huracán, amor o infierno,
no es
posible, y el dolor
me hará
mi pesar eterno.
Pero al fin podré vencerte,
ave y
rayo secular,
corazón
que de la muerte
nadie ha
de hacerme dudar.
Sigue, pues, sigue, cuchillo,
volando,
hiriendo. Algún día
se pondrá
el tiempo amarillo
sobre mi
fotografía.
Para el muro de un hospital de
sangre.
I
Por los
campos luchados se extienden los heridos.
Y de
aquella extensión de cuerpos luchadores
salta un
trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos
surtidores.
La sangre
llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las
heridas suenan, igual que caracolas,
cuando
hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia
de las olas.
La sangre
huele a mar, sabe a mar y a bodega.
La bodega
del mar, del vino bravo, estalla
allí
donde el herido palpitante se anega,
y florece,
y se halla.
Herido
estoy, miradme: necesito más vidas.
La que
contengo es poca para el gran cometido
de sangre
que quisiera perder por las heridas.
Decid
quién no fue herido.
Mi vida
es una herida de juventud dichosa.
¡Ay de
quien no esté herido, de quien jamás se siente
herido
por la vida, ni en la vida reposa
herido
alegremente!
Si hasta
a los hospitales se va con alegría,
se
convierten en huertos de heridas entreabiertas,
de
adelfos florecidos ante la cirugía.
de ensangrentadas
puertas.
II
Para la
libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la
libertad, mis ojos y mis manos,
como un
árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los
cirujanos.
Para la
libertad siento más corazones
que
arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro
en los hospitales, y entro en los algodones
como en
las azucenas.
Para la
libertad me desprendo a balazos
de los
que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me
desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi
casa, de todo.
Porque
donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella
pondrá dos piedras de futura mirada
y hará
que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la
carne talada.
Retoñarán
aladas de savia sin otoño
reliquias
de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque
soy como el árbol talado, que retoño:
porque
aún tengo la vida.
A la luna venidera
te acostarás a parir
y tu vientre irradiará
la claridad sobre mí.
Alborada de tu vientre,
cada vez más claro en sí,
esclareciendo los pozos,
anocheciendo el marfil.
A la luna venidera
el mundo se vuelve a abrir.
Canción del esposo soldado
He poblado tu vientre de amor
y sementera,
he prolongado el eco de
sangre a que respondo
y espero sobre el surco como
el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta
luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago
de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia
mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un
cristal delicado,
temo que te me rompas al más
leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi
piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento
de mis alas,
te doy vida en la muerte que
me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero
cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en
acecho,
sobre los mismos muertos sin
remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera
besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de
combate te piensa
mi frente que no enfría ni
aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una
boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha,
siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre
evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de
pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el
puño cerrado
envuelto en un clamor de
victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida
de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir
viviendo.
Un día iré a la sombra de tu
pelo lejano,
y dormiré en la sábana de
almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al
parto van derechas,
y tu implacable boca de
labios indomables,
y ante mi soledad de
explosiones y brechas
recorres un camino de besos
implacables.
Para el hijo será la paz que
estoy forjando.
Y al fin en un océano de
irremediables huesos
tu corazón y el mío
naufragarán, quedando
una mujer y un hombre
gastados por los besos.
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
El hambre
Tened presente el hambre: recordad su pasado
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.
Los años de abundancia, la saciedad, la hartura
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.
Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.
Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.
Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.
Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.
No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros.
En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Canción última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
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