sábado, 14 de abril de 2012

La trama



Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las carpas y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconversión y lenta sorpresa (estas palabras hay que oirlas, no leerlas): ¡Pero, che!
Lo matan y no sabe que muere para que se repita la escena.

Jorge Luis Borges

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