sábado, 14 de abril de 2012

7

 


Sobre esta hoja desierta como un cementerio a medianoche


de qué luna escribir en cuál de todos

los techos del desvelo.

Cómo saber si fue verdad el aire,

si el jazmín nada más que un simulacro,

si la palabra fuego ardió cuando hizo falta.

Dónde anotar los pájaros del horizonte roto,

la voz de una mujer

                             fugada

                                        del espejo.

Tengo miedo de leer despedidas detrás de cada lluvia,

de creer una tregua entre banderas,

mientras la soledad –gusano endemoniado-

nos perfora los ojos.

O acaso es necesario pertrecharse contra

el roído muro de la infancia,

contra el primer silencio,

esa frontera incierta con papeles de prófugo.

Si es así, aquí me tienen, desarmado,

desnudo peregrino de la duda,

pidiéndole al primero que camine esta calle

que me responda

qué hago en el borde la nostalgia en blanco.





8



Hay quien va en autobus a las seis

de un otoño.

Un libro suspendido en otro aire,

los ojos húmedos,

caídos

sobre esa línea que habla del amor vulnerable.



Sin misericordia.



Hay quien viaja sin misericordia

por su propia ciudad.

Lo persiguen sus lluvias,

sus preguntas

mordiéndole la espalda.

Tropieza y cae,

se levanta y cae,

reanuda cartas nunca comenzadas.



Olvidos.





Suelta olvidos

que intentan borrar parques, casas de la niñez

atestadas de ángeles.



A las seis de un otoño.

                               







9



 Por caminos de polvo pasa el verano,

su  carruaje de siesta,

las maletas

de la mujer que vuelve

o que no se fue nunca.

Tiemblan pájaros al borde de la tarde.

Ellos saben lo que es quedar sin alas,

sin canción,

sin casa,

como ahora va la eterna peregrina, obstinada

en saber detrás de qué palabra

empieza el cielo.





10


El hombre que cierra el ojo izquierdo

 y apoya

el  derecho
contra su pasado
es incapaz de confirmar si es suyo
ese rostro infantil
al fondo de la foto.
Intuye fechas y circunstancias:
por el abrigo, invierno,
ese telón al fondo, el cine de su pueblo.
Si acepta lo que cuentan los mayores
le pertenecería
cada porción de aquella escena en sepia.
Pero él sabe que la duda
es la única certeza disponible,
y aparta la pupila.
Despavorido.
Urgente.
Sin regreso.

Luis Carro
·         del libro “El hombre que cierra el ojo izquierdo”, inédito y cedido especialmente para HUM BRAL por el propio autor. En semanas anteriores ya hemos publicado otros poemas de este libro.

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