sábado, 8 de octubre de 2011

Edgar Poe y los sueños

Por Rubén Darío
Del libro: El mundo de los sueños

 
— I —

No hace mucho tiempo se publicó un voluminoso libro sobre la vida y obras de Edgar Poe, que puede colocarse entre lo mejor y más completo de la bibliografía poeana, junto con la tesis de M. G. Petit, estudio médico psicológico sobre Poe, publicada en Lyon en 1903. Me refiero al sesudo trabajo de M. Émile Lauvrière, en que se ocupa, psicopatológicamente, de la dura existencia y de la extraordinaria obra del gran norteamericano. Dicho libro es a menudo puesto a contribución en el estudio del Dr. Dupouy, sobre los opiómanos, quien juzgaría que la parte onírica que se nota en algunas producciones de Poe se debe al uso del veneno tebaico. Muchos escritores que, bien informados, han tratado de la vida del autor de "El Cuervo", no creen que fuese un opiómano. La calidad de sus visiones sómnicas, en realidad, pueden haber sido producidas por el alcohol a altas dosis, como pasa en casos de dipsomanías. Sin embargo, Dupouy cree firmemente, "con Baudelaire, Woodberry, que cita el irrecusable testimonio de una prima, Miss Herring, con Lauvrière... que Poe fue un adepto del láudano, como Coleridge, su maestro admirado, y, desgraciadamente, su modelo en psicopatología". Cierto que en los cuentos y en algunos poemas se llega a notar el estado casi inexpresable —él logra a veces una conquista de expresión— del ambiente y de la lógica ilógica de los sueños; pero, repito, también eso puede observarse en ciertos estados alcohólicos. Además, no es una razón el que personajes de los cuentos hablen del opio y de sus efectos, sean opiómanos. Con todo, es muy posible que en aquellos tiempos en que el uso medicinal del láudano estaba tan esparcido, haya él recurrido a la droga para calmar neuralgias o malestares gástricos, sobre todo cuando el cólera causaba en los Estados Unidos terribles estragos. Y del uso ocasional o preventivo haya caído en el uso habitual y de impregnación, sin que por ello haya abandonado, cuando timideces, miedos, postraciones y depresiones le asaltaban, el empleo del alcohol. De allí su excesivo soñar; mas los sueños eran en él una disposición natural e innata, como en Nerval: vivía soñando. Así pudo escribir en "Berenice": "Las realidades del mundo me afectaban como visiones, y como visiones solamente, en tanto que las locas ideas del país de los sueños llegaban a ser, en cambio, no la materia de mi existencia de todos los días, sino en verdad mi única y entera existencia." Así puede observar Dupouy que desde su juventud, junto con el gusto de lo impreciso y el sentimiento de lo infinito, "su espíritu desdeña las realidades, se complace en las ficciones de su imaginación y se refugia en medio de los paisajes fantásticos que su 'ojo de visionario' le permite entrever", como Arved Barine, "paisajes de sueño, construidos por su imaginación con las formas indecisas y movientes que le sugería en sus largos paseos su cerebro de neurótico". Sí, el sueño se encuentra en todo Poe, en toda su obra, y yo diría en toda su vida. La frase citada, de "Berenice" —que es la confirmación personal de una frase de Shakespeare—, puede ser tomada al pie de la letra. La vida sómnica aparece en producciones como el poema "País de sueño", cuyas "visiones de inmenso y de infinito, fuera del Espacio y del Tiempo", compara Dupouy con las de Quincey y Coleridge, influenciados por el opio.

Valles sin fondo y ríos sin fin,
Abismos abiertos, cavernas y florestas de gigantes,
Cuyas formas no sorprendió ojo humano
Bajo la bruma que llora.
Montes eternamente desplomados
En mares sin orillas,
Mares que sin tregua se levantan,
Gimientes, hacia cielos que llamean,
Lagos que explayan al infinito
Sus aguas solitarias, solitarias y muertas,
Sus taciturnas aguas, taciturnas y heladas,
Bajo la nieve de los lirios lánguidos.
Sobre el monte, a lo largo de los ríos murmurantes,
Muy abajo y siempre murmurantes,
Bajo los bosques grises, en los pantanos,
Donde habitan el sapo y la salamandra.
Cerca de los pantanos y de los estanques siniestros,
Donde las vampiresas hacen su morada,
En todos los lugares más malditos,
En todos los rincones más lúgubres.
El viajero encuentra espantado
Las Sombras veladas del pasado,
Fantasmas que bajo sus sudarios lívidos se estremecen y suspiran
Al pasar cerca del hombre errante,
Fantasmas envueltos y pálidos de amigos que la agonía
Ha desde hace mucho tiempo devuelto a la Tierra y al Cielo...
    Baudelaire, citado por Dupouy —y Baudelaire sí era aficionado al veneno obscuro—, escribe a propósito del opio, después de Quincey: "El espacio es profundizado por el opio; el opio da un sentido mágico a todos los tintes y hace vibrar todos los ruidos con una más significativa sonoridad. Algunas veces, perspectivas magníficas, llenas de color y de luz, se abren súbitamente en sus paisajes, y se ve aparecer en el fondo de sus horizontes ciudades orientales y arquitecturas vaporizadas por la distancia, donde el sol arroja lluvias de oro." Quien estas líneas escribe puede afirmar que sin haber nunca probado la acción del "potente y sutil" opio, ha contemplado en un estado hipnagógico, o en sueños definidos, espectáculos semejantes, aunque no con luces vivaces, sino en una especie de luz tamizada y difusa —después de pasada la influencia activa de excitantes alcohólicos. Se comprobó en Poe lo que llama Dupouy la alucinación panorámica, que Quincey detalla —más en el sueño— en sus "Confesiones". Escribe Poe: "Yo me encontraba al pie de una alta montaña que dominaba una vasta llanura, a través de la cual corría un majestuoso río. A la orilla de ese río se levantaba una ciudad de un aspecto oriental, tal como vemos en las Mil y una noches, pero de un carácter todavía más singular que ninguna de las que están allí descritas. Desde donde yo estaba, muy sobre el nivel de la ciudad, podía percibir todos sus rincones y sus ángulos, como si hubiesen estado dibujados sobre un cartón. Las calles parecían innumerables y se cruzaban irregularmente en todas direcciones, pero tenían menos semejanza a calles que a largas avenidas contorneadas, que hormigueaban literalmente de habitantes. Las casas eran extrañamente pintorescas. De cada lado era una verdadera orgía de balcones, verandas, alminares, nichos y torrecillas fantásticamente cortadas. Los bazares abundaban: las más ricas mercaderías se desplegaban con una variedad y una profusión infinitas: sedas, muselinas, las más deslumbrantes cuchillerías, diamantes y joyas de las más magníficas. Al lado de esas cosas se veían de todos lados pabellones, palanquines, literas donde se encontraban magnificentes damas severamente veladas, elefantes fastuosamente caparazonados, ídolos grotescamente tallados, tambores, banderas, gongos, lanzas, cachiporras doradas y plateadas. Y entre la muchedumbre, el clamor, la mezcla y la confusión generales, entre un millón de hombres negros y amarillos, con turbantes y ropas talares, con la barba flotante, circulaba una multitud innumerable de bueyes santamente encintados, en tanto que legiones de monos sucios y sagrados trepaban chirriando y chillando por las cornisas de las mezquitas de donde se suspendían a los alminares y torrecillas. De las calles hormigueantes a los muelles del río descendían innumerables escaleras que conducían a baños, mientras que el río mismo parecía penosamente abrirse paso a través de vastas flotas de construcciones sobrecargadas que atormentaban su superficie en todo sentido. Más allá de los muros de la ciudad se levantaban, frecuentemente, en grupos majestuosos, la palmera y el cocotero, con otros árboles de una gran edad, gigantescos y solemnes; y aquí y allá se podía divisar un campo de arroz, la choza de paja de un campesino, una cisterna, un templo aislado, un campamento de gitanos o una graciosa joven solitaria siguiendo su camino, con una jarra sobre la cabeza, hacia los bordes del magnífico río." Todo esto es sueño, simplemente sueño, una especie de sueño que, naturalmente, no es dado tener a cualquiera. Hay que tener la sensibilidad, el alma, la cultura y la fisiología de Poe para soñar de esa manera. Él escribió eso despierto, pero en la atmósfera del "dream" que nunca le abandonaba. Vesánico o no, Poe es genial y fuera de la común humanidad. Me parece muy justa la observación de Dupouy, de que la intoxicación no creó nada en Poe, y que sus visiones sobrenaturales no le han aparecido, sino porque estaba preparado, desde hacía tiempo, desde siempre; sin embargo, sin el influjo de los excitantes no hubiera adquirido lo anormal, lo raro, lo ultradiabólico o lo superangelical que se desborda en algunos de sus trabajos. Más bien habrá que afirmar con el mismo doctor que "si Poe debe a su embriaguez dipsomaníaca ese indefinible estremecimiento de horror que hace pasar en algunos de sus cuentos, ha sido preciso para que a nuestra vez nos estremezcamos leyéndole, que semejante horror fuese antes sentido por semejante genio, único capaz de traducirlo y de comunicarlo. Para gustar con el opio los exóticos sueños de Poe, para contemplar con un ojo ávido los mágicos panoramas de un 'País de sueño', para estremecerse de un poético terror ante la aparición de una Ligeia, para oír el 'never more' del 'Cuervo', hay, ante todo, que tener el genio de un Poe, y eso sólo debía dar a reflexionar a los presuntuosos que van a mendigar a la hipócrita y maleficiosa droga una inspiración que saben no encontrarán en ellos mismos". Cuerdas palabras para que sean bien entendidas por los jóvenes engañados por sus propias equivocadas ambiciones, que creen que con el ajenjo verlainiano soñarán las mismas fiestas galantes que Verlaine, o con el gin o el láudano de Poe, tendrán la llave de los misteriosos infiernos y paraísos que visitó señalado por la fatalidad, aquel espíritu excepcional. Y quien dice en este caso Poe, o Verlaine, dice otros ejemplos.
    Y Poe mismo jamás escribía bajo el influjo del excitante. Él reproducía sus sueños pasadas las crisis. Y más de una vez señaló el peligro alcohólico, como enemigo de la meditación. Puso la enfermedad alcohólica —hoy reconocida como enfermedad por la ciencia médica— sobre todas las enfermedades. Tenía, ¡ay! por fuertes razones, morales y físicas, que recurrir a aquel modificador del ánimo y del pensamiento; y cuando volvía de la "gehenna", estaba pálido de sobrehumanos sufrimientos.

— II —
    En Poe se desenvuelve ante todo una supercomprensión de sí mismo hasta más allá de los límites de lo expresable, y del universo igualmente, hasta la creación de un propio sistema cosmogónico. Con tal poder movíase en el mundo misterioso del sueño, como si fuese posesor de inmemoriales reminiscencias. Desde niño se ve ya habituado a ese mundo hermético. Cuando habla, por ejemplo, en la persona de William Wilson, de una cosa de los tiempos elizabethanos, "en una aldea brumosa", donde había casas antiquísimas: "Era verdaderamente uno de esos lugares como no se ven sino en sueños..." En "Dreams" se le contempla "sumergido, cuando el sol brilla en el cielo de estío, en sueños de una luminosidad viva, de una radiosa belleza; dejaba errar su alma en regiones de su invención lejos de su propia morada, en compañía de seres nacidos de su propia fantasía". Todo lo que le concierne está rodeado de una bruma que indica la anormalidad. No se trata aún de sus hábitos de intemperancia, que no han sino de ser causa del desarrollo de sus predisposiciones enfermizas, de su hipersensibilidad singular. Cuando Poe describe los comienzos de sus amores con la hija de Mrs. Clemm —Virginia— se diría que narra un sueño. Es curioso saber que gustaba de los dibujos de ese otro soñador del lápiz, que cayó en la alienación, Grandville. Así también se ha señalado su "sensibilidad al miedo". Sea por el uso de estupefacientes, sea por su estado especial, el caso es que ya en Charlottesville y en West Point, los condiscípulos del poeta notaban en él "un perpetuo estado de 'rêverie'". En uno de los cuentos, algo más tarde, un personaje, que se puede juzgar exprese sentimientos del autor, dice "... pues soy un esclavo atado al yugo del opio, un prisionero que lleva sus ataduras, y mis obras, como mis voluntades, han tomado los fantásticos colores de mis sueños, a veces locamente excitados por una dosis inmoderada de opio... ¡Oh! entonces la irradiación de mis ensueños, de esas aéreas visiones que levantan el alma en una exaltación divina..." Por otra parte, ¿qué más expresivo que ciertas palabras del prefacio de Eureka, su libro de verdades, cuando se dirige "a los soñadores", y a aquellos que ponen su fe en los sueños como que son las únicas realidades?
    El sueño llega a presentarse estando el poeta despierto, pero después de alguna crisis etílica. Tal lo que narra, en cierta ocasión, el editor de una revista de ese tiempo, Mr. John Sartain: "... Después del té, como ya era de noche, se preparaba a salir, para ir, decía, a Schuijilkill. Le dije que con gusto le acompañaría y no hizo objeción alguna. Me habló de su deseo de que después de su muerte cuidase de que su retrato hecho por Osgood se lo diesen a su madre (Mrs. Clemm). Durante este inquietante y peligroso paseo en las tinieblas, sobre los bordes del alto estanque de Fairmount, se puso a hablar de visiones en una prisión: una joven, toda radiosa por sí misma, o por la atmósfera que la envolvía, le dirigía la palabra de lo alto de una torre de piedra almenada... En fin, después de haber dormido, recobró poco a poco conciencia y reconoció la ilusión de esas pesadillas." Mr. Sartain es de los que afirman en Poe el uso del láudano.
    Las palabras del triste Edgar a su amigo Neal: "No he sido y no soy desde mi infancia sino un soñador", son de una inconcusa realidad. M. Lauvrière pone, con justicia, en el imperio del sueño, a Poe, sobre Byron y sobre Shelley, "el más grande soñador delante del Eterno". Habrá que repetir las bellas frases del enfermo de la más terrible de las enfermedades: "Los sueños —dice Poe— en ese rico colorido que prestan a la vida, como en esta lucha, inasible bajo sus velos de sombras y de brumas, de las apariencias contra la realidad, traen al ojo en delirio más bellezas del Paraíso y del Amor, bellezas que son completamente nuestras, que la joven Esperanza no ha conocido en sus horas más llenas de sol." Y luego: "¿Qué habría podido ver más? Fue una sola vez, una sola vez (y esta hora de extravío no dejará nunca mi memoria); algún poder, algún hechizo se apoderó de mí; era el viento helado que pasaba sobre mí en la noche y dejaba su imagen en mi alma, o la luna que irradiaba, en su sopor, de su carrera alta demasiado fríamente, o las estrellas... ¿Qué importa? Ese sueño fue como este viento de la noche... ¡Que pase!" Él confiesa que los sueños que tenía despierto le eran más penosos que los que tenía "en visiones de la sombría noche". Y esa inevitable obsesión de los paisajes extraños, de las regiones sómnicas: "Obscuros valles, y ríos fantasmas! y bosques nubosos cuyas formas no podemos descubrir bajo las lágrimas que lloran de todas partes! El claro de luna cae sobre las cabañas y sobre los castillos... sobre los bosques extraños, sobre el mar, sobre los espíritus en su vuelo, sobre toda cosa soporizada, y los envuelve totalmente en un laberinto de luz... Y entonces, ¡cuán profunda, oh, profunda es la pasión de su sueño!" Y es ya una transposición de la vida al sueño ese peregrino poema "Al Aaraaf", en que la fantasía evoluciona en un ambiente astronómico. En otra parte que en el famoso cuento, hablará del "sueño soñador" de Ligeia. Visiones de sueño, en "The Valley of Unrest", o en la "ciudad condenada, sola en el fondo del Occidente obscuro". Con el uso del opio adquiere la visión trascendente, explicada por Quincey en sus célebres confesiones. "El sentimiento del espacio, y al fin, el del tiempo, se encontraban poderosamente modificados. Los edificios, los paisajes, y todo lo demás, tomaban tan vastas proporciones que el ojo sufría. El espacio se inflama hasta un grado infinito inexpresable, menos turbador, sin embargo, que la vasta extensión del tiempo: me parecía en veces haber vívido setenta o cien años en una sola noche; más aún, a veces se sucedían en ese lapso de tiempo sentimientos correspondientes a millares de años o a períodos que pasaban los límites de la experiencia humana." Poe cayó en esos torbellinos extraordinarios y, según el biógrafo que he citado, los buscó deliberadamente con un fin artístico.
    En el poema "Irene" la figuración onírica es flagrante. En lo relativo a la expresión de esas sutilísimas y extrahumanas sensaciones, véase lo que escribe en "Marginalia", a propósito del sueño: "Hay una clase de fantasías de una exquisita delicadeza que 'no' son pensamientos y a los cuales no he podido 'todavía' adaptar nunca el lenguaje. Empleo la palabra fantasías al azar, por la única razón que me es preciso usar alguna palabra; pero la idea que se junta comúnmente a ese término, no se aplica ni de lejos a esas sombras de sombras. Me parece que son fenómenos más bien psíquicos que intelectuales. No se elevan en el alma (tan raramente, ¡ay!), sino en las horas de la más intensa tranquilidad —cuando la salud física y mental es perfecta—, y en esos cortos instantes en que se confunden los confines del mundo de las vigilias con los del mundo de los sueños. Yo no tengo conciencia de esas 'fantasías' más que sobre los bordes mismos del sueño. Me he dado cuenta de que esa condición no existe sino por un lapso de tiempo inapreciable en que se presentan amontonadas, sin embargo, esas 'sombras de sombras', y un pensamiento absoluto exige alguna duración de tiempo.
    "Esas fantasías determinan un éxtasis cuya voluptuosidad es bien superior a todas las del mundo de los sueños o de la vigilia... Considero esas visiones, desde que surgen, con un temor respetuoso que, por ciertos puntos, modera o tranquiliza el éxtasis, y si las considero así es que estoy convencido (convicción nacida del éxtasis), de que ese éxtasis es en sí un carácter superior a la naturaleza humana, es una ojeada sobre el mundo espiritual, y llego a esta conclusión, si tal término puede aplicarse a una situación instantánea, al percibir que la voluptuosidad experimentada tiene por elemento una 'novedad absoluta'. Digo absoluta; pues en esas fantasías —dejadme llamarlas ahora impresiones psíquicas— no hay realmente nada que participe del carácter de las impresiones ordinarias. Es como sí los cinco sentidos estuviesen reemplazados por 5.000 sentidos extraños a nuestra naturaleza mortal... En experimentos de esta naturaleza he llegado, desde luego, cuando la salud física y mental es buena, a asegurarme la existencia de las condiciones, es decir, puedo ahora, a menos que tenga mala salud, estar seguro de que la condición sobrevendrá, si lo deseo, en tiempo deseado, cuando antes de estos últimos tiempos no podía nunca estar seguro, aun en las circunstancias más favorables. Estoy, pues, ahora seguro de que en presencia de circunstancias favorables, la condición se presentará, y aun me siento el poder de hacerla presentarse y de obligarla a ello, bien que las circunstancias favorables no sean menos raras; de otro modo ya hubiera hecho descender el Ciclo sobre la Tierra." Mas veamos el sueño en la vasta arquitectura y en la evocatoria música de sus obras. En el ya citado poema "Dreamland" parece que el espíritu del lector comprensivo penetra en un imperio de misterio y de irrealidad, o de mágicas y divinas realidades.
Por un camino obscuro y solitario
Embrujado por malos ángeles,
Donde un Eidolon llamado Noche,
Sobre un negro trono reina, rígida,
No he entrado sino ha poco en ese país
De retorno de una vaga Thule lejana,
De una salvaje región fantástica que se extiende, sublime,
Fuera del Espacio, fuera del Tiempo.
Valles sin fondo y olas sin límites,
Abismos y cavernas y florestas titánicas
Cuyas formas escapan a todo ojo humano,
Bajo las lágrimas de rocío que caen;
Montañas que se derrumban sin cesar
En mares sin orillas;
Mares que sin reposo aspiran
A levantarse hacia cielos de fuego;
Lagos que sin fin muestran
Sus aguas solitarias, tristes y muertas,
Sus tristes aguas, tristes y heladas
Bajo la nieve de los lirios languidescientes.
Cerca de lagos que muestran así
Sus aguas solitarias, solitarias y muertas,
Sus tristes aguas, tristes y heladas,
Bajo la nieve de los lirios languidescientes
Sobre montañas, a lo largo de los ríos
Que murmuran muy bajo, murmuran sin cesar,
Bajo los bosques grises, en los pantanos
Donde habitan el sapo y la salamandra,
Cerca de los charcos y de los estanques siniestros.
Donde moran los Vampiros,
En todos los lugares más malditos,
En todos los rincones más lúgubres,
El viajero encuentra, espantado,
Las Sombras veladas del Pasado,
Fantasmas en sus sudarios que se estremecen y suspiran,
Al pasar cerca del hombre errante,
Fantasmas vestidos de blanco de amigos que la agonía,
Ha desde ha tiempo devuelto a la Tierra y al Cielo
Para el corazón cuyos males son legión,
Es esa una apacible y consoladora región;
Para el alma que yerra en fantasma,
Hay allí, oh, hay allí un Eldorado.
    Es el ambiente de la pesadilla expresado por la primera vez de inaudita manera. Tiene razón Lauvrière, de recordar a este propósito al Shakespeare de Macbeth.
   Otro reino de sueño es el que aparece en "The Haunted Palace", cuya descripción, sobre todo en el original inglés, transporta al arcánico mundo de los ojos cerrados. Lo propio que en "The Conqueror Worm", cuyo "drama abigarrado" contiene en su intriga "mucho de Locura, todavía más de Pecado y de Horror". En "To one in Paradise", nos hablará de que todos sus días son éxtasis.
Y todos mis sueños nocturnos
Están allí, donde lucen tus ojos grises,
Donde brilla la huella de tus pasos,
¡Y qué danzas etéreas
Cerca de qué ondas eternas!
    En "The Raven" advierte al comienzo en que aquella noche estaba cabeceando, casi dormido, sobre el libro viejo, cuando oyó que tocaron a la puerta del cuarto. Y cuando se asoma a las tinieblas de la puerta, largo rato está allí pensando, dudando, "soñando sueños que ningún mortal se atrevió todavía nunca a soñar". Y desde luego el cuervo es un pájaro de sueño. País de encanto sómnico es también el reino cerca del mar en donde vivía Annabel Lee, "In the kingdom by the sea..." ¿Y el de "Ulalume"?
Los cielos eran de ceniza y tristes,
Las hojas eran crispadas y resecas,
Las hojas eran marchitas y, resecas;
Era la noche en el solitario octubre
De mi más inmemorial año;
Era cerca del obscuro lago de Auber,
En medio de la brumosa región de Weir;
Era allá cerca del húmedo pantano de Auber,
En el bosque, embrujado de vampiros, de Weir.
Tal continúa esa obsesionante narración de un lirismo desolado y contagioso. Y cuando Psique, su alma, le habla y le conjura a huir, él le dirá: "Todo eso no es sino sueños." Mas ya sabemos que son para él los sueños las únicas realidades.


— III —
    En los cuentos el sueño es más imperativo, mezclado con esa prodigiosa facultad matemática que nos hace ver palpable lo increíble. Advierte Lauvrière que en los dieciséis cuentos del Folio Club que Poe escribió a los veinticuatro años, está contenido el germen de todos sus trabajos posteriores. Lo fantástico no es precisamente lo onírico, pero esto lo contiene. Egoeus o Usher, corre aventuras fantásticas "en el mundo de las realidades como en el país de los sueños". El héroe de "Silence" "hace del ensueño hechizador todo el asunto de su vida"; y busca la ayuda de los narcóticos. El adorador de Berenice la mira "como la Berenice de un sueño". En la atmósfera de un sueño aparecen Lady Rowena de Tremain, Eleonore, Morella, Ligeia, Madeline. "Las amantes de Poe, dice Lauvrière —yo diría las amadas— no tienen otro origen que el de criaturas míticas: son también hijas de sueños místicos y no de la carne viva, frágilmente tejidas de sombras y de rayos y no orgánicamente construidas de músculos y huesos." En "Ligeia" dice: "En la exaltación de mis sueños de opio (pues yo estaba de ordinario sometido a la tiranía de ese veneno) pronunciaba su nombre en voz alta durante el silencio de las noches, o de día, en los refugios abrigados de los valles, como si, por la salvaje vehemencia, por la solemne pasión, por el devorante ardor de mi amor por la difunta, pudiese traerla al sendero que ella había abandonado —¡ah! ¿era, pues, para siempre?— sobre la tierra." Uno de sus biógrafos, Ingram, poseía una nota escrita por Poe en un ejemplar de "Ligeia", en el que el poeta declaraba haber sido su trabajo "sugerido por un sueño en el cual los ojos de la heroína le producían el intenso efecto descripto en el párrafo cuarto de la obra". En "Berenice" se acentúa la impresión de la pesadilla, sea o no de origen tóxico; como su "Assignation", como en "El retrato oval", como en "La máscara de la muerte roja", como en "Ligeia", como en el "Gato negro", como en casi toda la obra poeana, Lauvrière se fija en la herencia dañada, y en el alcohol, padre de terrores. Le recuerda la tremenda palabra de Lancereaux: "Le rêve terrifiant est l'apanage du buveur." ¿Recordáis la pesadilla perpetua de Arthur Gordon Pym? ¿Y no se refiere este personaje lívido a uno de sus espantosos sueños, en este párrafo de pavor?: "Toda suerte de calamidades y de horrores me asaltaron. Entre otras atrocidades, me ahogaba hasta morir bajo enormes almohadas amontonadas por demonios del aspecto más horrible y más feroz. Inmensas serpientes me apretaban en sus enlazamientos y me miraban fijamente en pleno rostro con sus ojos horriblemente chispeantes. Después, desiertos ilimitados, cuya extrema soledad inspiraba el más punzante terror, se extendían hasta perderse de vista ante mí. Gigantescos troncos de árboles grisáceos y desnudos perfilaban sus columnatas infinitas tan lejos cuanto el ojo podía alcanzar; sus raíces se ocultaban bajo bastas charcas cuyas tristes aguas pasaban, inertes, terribles en su negrura intensa, y esos árboles extraños parecían dotados de una vitalidad humana, agitaban aquí y allá sus brazos de esqueletos y gritaban gracia a las aguas silenciosas en agrios acentos penetrantes de la más áspera agonía, de la más intensa desesperación." El terror y la exaltación imaginativa, etílicos, están perfectamente patentes. A esto se agrega también el efecto tebaico. "Hemos visto, dice Lauvrière, en ciertas poesías, como 'País de sueño', 'El valle sin reposo' y 'La ciudad del mar', cómo el opio presta a las visiones espontáneas del espanto sus atributos ordinarios de eternidad y de inmensidad; luego lo veremos dotar de la misma amplitud los vastos paisajes fantásticos de 'Silencio'; pero como se trata en la mayor parte de esos cuentos de emociones dramáticas, le vemos sobre todo reforzar ese género de patético con todo el horror casi real de las peores pesadillas." Agrega que en los "Recuerdos de Mr. Berloe" y en "Ligeia", es donde mayormente se demuestran los efectos del opio. Desde luego, el personaje mismo —que es el poeta— confiesa el uso de la droga negra. Y ¿qué paisaje, qué escena de sueño igual a la de "Silencio", que Lauvrière condensa?: "Fatigado, triste, soñador, el hombre está en un vasto desierto sin reposo: bajo el ojo rojo del sol poniente palpitan tiernamente ríos tumultuosos; gigantescos nenúfares suspiran tendiendo hacia el cielo sus largos cuellos de espectros; grandes árboles primitivos, todos empapados de rocío, balancean con un siniestro fracaso sus cimas despojadas; nubes grisáceas se precipitan en cataratas ruidosas sobre las murallas de fuego del horizonte; y de toda esa incesante perturbación de los elementos sale el implacable clamor: 'Desolación'. ¡Así como tiembla el hombre en esas soledades sin sosiego! Mas he allí que toda esa tumultuosa desolación se encuentra de repente por un demonio irónico herida de una maldición, la maldición del 'Silencio'." La palabra de Poe llega al extremo de la expresión de las misteriosas y angustiosas impresiones de la pesadilla. "Y los lirios y el viento, y la floresta, y el cielo, y el trueno, y los suspiros de los nenúfares se callan; y la luna cesa de subir, vacilante, su sendero de los cielos; y el trueno expira; y el relámpago se apaga; y las nubes se suspenden inmóviles; y las aguas caen, inertes y niveladas; y los árboles cesan de balancearse y los nenúfares no tienen más suspiros; y no hay más murmullo entre las aguas, ni la sombra de un sonido en todo el vasto desierto sin límites. Y mis ojos cayeron sobre la faz del hombre y esta faz estaba lívida de horror. Y bruscamente levantó su cabeza de entre sus manos y avanzó sobra la roca y escuchó. Pero no hubo una voz en el vasto desierto sin límites y los caracteres inscriptos sobre la roca eran: 'Silencio'. Y el hombre se estremeció y volvió el rostro, y se fue con toda rapidez, de modo que no le volví a ver jamás." Nunca el verbo humano ha expresado lo indecible de manera igual.
   
"The facts in the case of the Mr. Valdemar" es otra pesadilla.
Es uno de esos escritos que los nerviosos no deben leer nunca de noche. Otros puntos señala Lauvrière en otros cuentos, que producen igual estremecimiento de horror, como en el "Entierro prematuro", "El pozo y el péndulo", "La máscara de la muerte roja". Aquí, cierto, lo pesadillesco llega a la exacerbación... "El personaje era grande y descarnado, envuelto de la cabeza a los pies en los vestidos de la tumba. La máscara que ocultaba el rostro representaba tan bien la fisonomía de un cadáver rígido, que la observación más atenta hubiera difícilmente descubierto el artificio. Todo eso hubiera sido, sin embargo, tolerado, sino aprobado por esos alegres locos. Pero la máscara había llegado hasta adoptar el tipo de la Muerte Roja. Su vestido estaba untado de 'sangre', y su ancha frente, así como todos los rasgos de su cara estaban manchados de ese horror escarlata." Y Juego: "Y entonces se reconoció la presencia de la Muerte Roja. Ella había venido como un ladrón nocturno. Y uno a uno cayeron todos los convidados en las salas de la orgía regadas de sangre, y cada uno murió en la actitud desesperada de su caída. Y la vida del reloj de ébano se fue con el último de esos seres gozosos. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las Tinieblas, y la Ruina, y la Muerte Roja establecieron sobre todo su imperio ilimitado." Igual sensación de lo inexpresable se tiene en "La barrica de amontillado", en "El demonio de la perversidad", en "El corazón revelador", en "El gato negro". En "El entierro prematuro" habla de que "no conocemos sobre la tierra peor agonía; no podemos soñar nada tan horrible en los últimos círculos del infierno"; y hay allí páginas de un pavor sobrehumano. Llega a todo, dice su citado biógrafo, a fuerza de misterio, "pues el misterio, explica Poe, es el mejor resorte del terror", "pues el horror es tanto más horrible a medida que es más vago, y el terror más terrible a medida que es más ambiguo". En pavoroso sueño pasa toda esa desorbitada historia de las aventuras de Gordon Pym. La razón vacila, la imaginación padece en su desbordamiento. Repito que nunca la vida interior de la pesadilla ha sido así revelada por la palabra humana. Se ha necesitado de una influencia exterior, de un "farmakon", de un daimon que haya aguzado y superexcitado percepciones y revuelto neuronas. ¿Y no es lo mismo en el "Maelstrom", o en el "Manuscrito" encontrado en una botella? Bien cita Lauvrière la frase total de Barbey d'Aurevilly: "Desde Pascal tal vez, no ha habido nunca genio más espantado, más entregado a las ansias del terror, y a sus mortales agonías, que el genio pánico de Edgard Poe." Y es que el terror de Poe es el indecible terror lívido de los sueños, terror de muerte, de juicio final, meteórico, inexplicable. Es el Egoeus en "Berenice", es el de los invitados del príncipe Próspero, es el inenarrable pavor de Pym. Se lee en "Eleonore": "Los hombres me llaman loco; pero la ciencia no ha decidido aún si la locura es, o no es, lo sublime de la inteligencia; si casi todo lo que es la gloria, si todo lo que es la profundidad no resulta de una enfermedad del pensamiento —de un 'modo' del espíritu exaltado a expensas del intelecto general. Los que sueñan de día están al corriente de mil cosas que escapan a los que sólo sueñan de noche. En sus grises visiones gozan de percepciones sobre la eternidad y se estremecen, al despertar, a la idea de que han estado al borde del gran secreto. Asen por trozos algo del conocimiento del bien y más aún de la ciencia del mal. Sin timón y sin brújula, penetran en el vasto océano de la 'luz inefable', y, como los aventureros del geógrafo de Nubia, 'agressi sunt mare tenebrarum, quid in eo asset exploraturi'." En el diálogo entre Oinos y Agathos, dice el primero, en cierta parte: "Percibo claramente que lo infinito de la materia no es un sueño." A lo que responde Agathos: —"No" hay sueño en el Aidenn; pero nos está dicho que "el único" objeto de este infinito de materia es proveer fuerzas infinitas donde el alma pueda aliviar esa sed de "conocer" que existe en ella, inextinguible por siempre, pues extinguirla sería para el alma el anonadamiento completo.
    Sueño hay también en uno de los trabajos menos conocidos de Poe, "La isla del Hada". Y sueño en que no interviene por cierto lo terrorífico. Después de algunas reflexiones filosóficas, en él usuales, y de descripciones con su pintoresco singular, dice: "Como yo soñaba así, los ojos entrecerrados mientras el sol descendía rápidamente hacia su lecho, y que torbellinos corrían alrededor de la isla, llevando sobre su seno grandes escamas blancas, todas brillantes de la corteza de los sicomoros —escamas que en sus cambiantes posiciones sobre el agua, una viva imaginación hubiera podido convertir en tales objetos que hubiera querido; mientras yo soñaba así, me pareció que la figura de una de esas mismas Hadas con que había soñado se desprendía lentamente de las luces occidentales de la isla para avanzar hacia las tinieblas. Se mantenía recta sobre un bote singularmente frágil y lo empujaba con un fantasma de remo. Mientras estuvo bajo la influencia de los últimos rayos declinantes, su actitud pareció expresar la alegría; pero la pena la deformaba a medida que pasaba a la sombra. Lentamente se deslizó a lo largo, dio poco a poco la vuelta a la isla y volvió a la región de la luz. La revolución que acaba de cumplir el Hada, continué yo en mi sueño, es el ciclo de un breve año de su vida. Ella ha atravesado su invierno y su estío. Se ha acercado un año más de la muerte; pues he visto bien que, cuando entraba a la obscuridad, su sombra se desprendía de ella y se hundía en el agua sombría volviendo la negrura más negra. Y de nuevo el esquife apareció con el Hada; pero había en su actitud más cuidado e indecisión, y menos elástica alegría.
    "Bogó de nuevo de la luz a la obscuridad que se profundizaba a cada instante, y de nuevo su sombra, desprendiéndose de ella, cayó en las aguas de ébano y fue absorbida en sus tinieblas. Y muchas veces todavía dio la vuelta a la isla, mientras el sol se precipitaba hacia su lecho, y a cada vez que emergía en la luz había más dolor en su persona, se tornaba más débil, más desfalleciente, más indistinta; y cada vez que pasaba a la obscuridad se desprendía de ella un espectro más sombrío que se hundía en una sombra más negra. Pero al fin, cuando el sol hubo enteramente desaparecido, el Hada, entonces siempre fantasma de sí misma, se fue, inconsolable, con su barca, a la región del río de ébano, y si no salió jamás, no lo puedo decir, pues las tinieblas cayeron sobre todas las cosas y nunca más vi su encantadora figura." ¿Es el sueño? ¿Es la realidad?, pregunta Lauvrière. Es el sueño, respondo yo, con todas sus particularidades; y es un ambiente que tan sólo la música ha podido expresar antes de que en lengua inglesa se manifestase el fatídico ángel de tristeza y de misterio que dialogó con el Cuervo.
    Sí, el sueño por toda la creación poeana: en la casa de Usher; en el castillo de Meidzinger; en la región de Weir; en la "lúgubre región de la Libia sobre las orillas del río Zaire", cuyas aguas tienen "un malsano matiz de azafrán"; en el valle sin reposo; en el país de Ulalume; en Morella, en William Wilson; en "La Asignación": "Soñar, dijo él, soñar ha sido el asunto de mi vida. Me he creado, pues, como lo veis, un paraíso del sueño. ¿Podría darme uno mejor en el corazón de Venecia? No veis a vuestro rededor, es verdad, que una mezcla de decoraciones arquitecturales. La pureza de la Jonia se ofende de esos motivos prehistóricos, y esas esfinges de Egipto se alargan sobre tapices de oro. El efecto general no choca menos a los tímidos. Las conveniencias de lugar y sobre todo de tiempo son espantajos que privan a la humanidad de la contemplación de lo magnífico. Yo mismo me he dado antes al arte de la decoración: pero mi alma se ha resentido de esa exaltación de la locura. Todo esto conviene más a mí designio. Como la llama atormentada de esos incensarios árabes, mi alma en fuego se consume, y el delirio de este espectáculo no hace sino adaptarme a las visiones de otro modo extrañas de ese país de los sueños realizados a donde me apresuro a ir." Si Baudelaire creó un estremecimiento nuevo, su maestro Poe desencadenó verdaderos cataclismos y celomotos mentales. Lo que hay de más maravilloso en ese arte —escribe Bliss Perry, citado por Lauvrière— es que este artista agriado y solitario haya podido, con tan deplorables materiales como negaciones y abstracciones, sombras y supersticiones, fantasías desarregladas y sueños de horror físico, o crímenes extraños, realizar obras de tan imperecedera belleza.
    Sueño hay también en la concepción cosmogónica del creador de Eureka. Y por último sueño en la existencia del hombre como en toda la obra del poeta. Y es que si en toda poesía existe el íntimo enigma de la belleza, en cierta poesía que traspasando el mundo de las formas penetra más profundamente en lo hondo del universo y en introspección dentro del alma propia, se diría que hay mayores vistas hacia lo eterno y hacia lo ilimitado, en el tiempo y en el espacio. Si es cierto que nuestra alma es inmortal y que percibe más allá de lo que le permiten durante la vida terrestre los medios de los sentidos corporales, Poe se adelantó al progreso de su espíritu, y percibió cosas que únicamente nos son apenas vagamente mostradas en los limbos de los sueños, en las brumas del éxtasis o en la supervisión de las posesiones poéticas.
    El triunfo del gran yanqui —a pesar de que vacila a veces y habla de dificultad, de imposibilidad de expresar ciertas cosas—, es el haber logrado comunicar con los recursos de su idioma, algo de lo que aprendió a percibir en el reino místico y en los imperios de la sombra. Creeríase que bajo su cráneo lucía un firmamento especial. Y tiene expresiones, modos de decir que solamente pueden compararse a algunas de los libros sagrados. Parece a veces que hablase un iniciado de pretéritos tiempos, alguien que hubiera conservado vislumbres de sabidurías herméticas desaparecidas. Y aunque la fatalidad del Mal le persiguiese, conservóse puro y arcangélico el mago lírico, el poderoso Apolonida Trismegisto.

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