viernes, 3 de junio de 2011

Helada



Ángel Juárez Masares

La helada quemó las flores, dijo Ana.
El carrillón de la puerta principal deja oír su tintineo y una gélida brisa se mete en la casa.
De la cocina llega un penetrante olor a la café recién hecho y el susurro de los pasos de la abuela.
Desde el cuarto del fondo la radio llena de Vivaldi la casa toda, y con un poco de cuidado se puede oír el fru-fru de la chaqueta del abuelo que -aguja de tejer en mano- dirige la orquesta con la severidad de los grandes maestros.
Al avanzar, la mañana misma se convierte en un concierto de sonidos. El viento timbalea en las celosías de las ventanas, y el viejo reloj de la sala mide con su pendular el tiempo de la casa.
Mientras tanto, un grillo lee su partitura metido en algún hueco de la madera.
Una cuchara cae al piso y sé exactamente el tiempo que le llevará a la abuela recogerla.
Ahora, con un delicado giro de su "batuta", el abuelo ordena el comienzo del Andante Cantábile del segundo movimiento.
Ana regresa del patio. Oigo sus pasos y percibo su olor cuando pasa a mi lado.
Ahora serán la diez, hora de mi paseo matinal. Quizá hoy no tome la avenida de los sauces. Los Beltrán han cortado el pasto y el aroma de la hierba fresca no es lo mejor para mi alergia, además, los Droira han traído un cachorro del campo y el maldito perro se empeña en hacerme partícipe de sus juegos.
Hoy tomaré por el sendero que baja hacia el mar. Más allá de los plátanos de la plazoleta los puestos de los feriantes me darán los rumores del trabajo y el murmullo de las viejas regateando el precio de acelgas y zapallos.
Luego, los ruidos se irán apagando y el olor a pescado será el protagonista.
Cuando la calle baje más, la brea y el aceite de lino me darán su perfume al pasar frente a los caballetes donde los pescadores calafatean sus embarcaciones.
Más adelante aún, el mar no dejará percibir otro olor, y las gaviotas anularán con sus graznidos todo sonido ambiente.
Ana viene de la cocina. Trae una taza de café, y mi bastón blanco.

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