sábado, 2 de abril de 2011

La sanadora
 

Wilson Armas Castro

El reloj de la iglesia estaba dando la una de la madrugada, cuando Placeres metía la llave en la puerta de su apartamento. Después de doce horas sin descanso, regresaba molida de cansancio: pasó ahuyentando espíritus malignos que habían invadido el estadio de River. Fue un durísimo trabajo de concentración mental, al que se  sometió Placeres con todas sus fuerzas magnéticas, para ayudar a que  el equipo de fútbol que la había contratado, no perdiera ese partido. La Institución  se jugaba el descenso: debía ganar irremediablemente. Y ella se había comprometido a que las ondas positivas acompañaran al equipo. Si perdía, cobraría  la cantidad que se cobra en esos casos;  si ganaba, hasta podría multiplicar por tres el valor de sus servicios. La  generosidad del presidente de la institución no tenía límites. Ella daba las máximas garantías: expulsaría del estadio a los millones de espíritus negativos que allí pululaban, así tuviera que trabajar  veinticuatro horas sin parar, incluso durante la noche. Dejaría libre de impurezas todos los ángulos rectos existentes; de esa manera los once jugadores del equipo, más  el entrenador, el director técnico y hasta los seis directivos de la Institución, serían  cargados con energía positiva. Eso sí, exigió que todos los que tenían que ver con el equipo estuvieran  con ella mientras duraba la operación limpieza.
Ni una gota de agua, ni un  trocito de pan u otro alimento debía ingerir, so pena de cortar la unidad de concentración mental mientras trabajaba. Actualmente, la mayoría de los equipos importantes, aquellos económicamente poderosos -se entiende-, recurren a estos artilugios esotérico para tener asegurado el éxito. Los gastos que demanda toda esta parafernalia de actividad mental, dependen de esta regla de oro: a mayor inversión preventiva,  más posibilidades de éxito.  En este caso, no importaban los medios, si el fin estaba asegurado. Una cuestión pragmática de última generación.  Todo el mundo sabe que la inclusión de una "sanadora," en este tipo de evento deportivo, es poco menos que  imprescindible; se deben tomar todas las precauciones posibles.
En este mundo materialista y despiadado, cada quien quiere destrozar al otro; se apela al expediente de descargar en el sujeto contrario millones de  ondas negativas, para minarle el ánimo y convertirlo en un ser indefenso.  ¡Cuidado con eso!
Fue tanto el esfuerzo que Placeres se exigió a sí misma, que en los últimos tramos de la operación limpieza se sintió desfallecer, agravada por una fuerte sensación de vómito  y malestar en el  bajo vientre.
Gracias a Dios, Placeres pudo llegar a su casa con el cuerpo entero, pero con la cabeza convertida en un estropajo.
Los viajes al extranjero, las reuniones y simposios, foros y congresos le exigen a Placeres la máxima disponibilidad de energía física y psíquica para intervenir en igualdad de condiciones frente a personalidades de prestigio mundial. En su medio es reconocida como una "sanadora" seria, respaldada por un frondoso currículum de curaciones realizadas con éxito. De ahí su prestigio. Por esa  razón, muchas entidades deportivas se la disputan para que limpie, con la ayuda de psicólogos contratados para esa operación. Todo el mundo necesita un  apoyo espiritual, y el fútbol, como cualquier actividad  competitiva,  con mayor razón.
Va y viene, sube  y baja, salta incansablemente de continente a continente, con una resignación envidiable de santa. Las interminables y tediosas esperas en los aeropuertos,  son parte de su oficio. En una palabra, es una mujer que dedica  su vida a aliviar el sufrimiento del prójimo.  
Cuando esa noche regresó a su casa, apenas  si probó el trozo de pollo que  Carmela, la empleada, le había dejado en el grill. Por exceso de cansancio no quiso darse una ducha tibia; se tiró en la cama poco menos que vestida y se quedó dormida profundamente. ¡Qué bien le hubiera venido seguir durmiendo hasta la tarde! Pero Carmela comenzó a  hablar y a hablar "sotovoce",  para terminar en un " crescendo"  de canto gregoriano.
Desenfadadamente, Carmela, a las once de la mañana  fue a despertar a su ama.
Carmela no comprende que el cansancio de Placeres no es igual al suyo;   le cuesta entender la diferencia. No es lo mismo el trabajo de una" sanadora" de verdad, que el de una parlanchina barata. 
-¿Me entendés, Carmela? Vos sólo gastás saliva chirle mientras que  yo acabo gastando un enorme caudal de energía psíquica.  ¡Entendeme, no seas turra! Mi misión es leal, auténtica, pongo  de mí lo más auténtico de mi ser.
Pero Carmela no entiende  cosas como estas que no se pueden ver ni tocar.  Los  irrefrenables deseos de hablar con su patrona, son  incontenibles. Se muere si no habla. Se muerde la lengua para mantenerse muda, y  hasta se mete  el pañuelo en la boca para que las palabras salgan con sordina. Pero no hay caso: no puede.
-¡No puedo callarme, reviento si no hablo! -se dijo después de intentar permanecer en silencio por un buen rato. Los muros de la prudencia se le desbordaron y  un incontenible torrente de palabras hizo irrupción  con la impetuosidad de un alud. La sorda puja, entre lo prohibido y el deseo de hablar se le rompieron en mil pedazos. Y en ese momento se hizo trizas el  espejo de la cómoda.
Pero entre  ellas  se sacan chispas. Cuando se agarran mano a mano se establece una competencia encarnizada y, por supuesto, Carmela, siempre quiere revancha.
La ausencia fue demasiado prolongada.
-Es lo único que Dios me ha dado en este mundo, señora. Los muebles, las alfombras, el baño y los vidrios de los ventanales, nada me contestan; esos son  objetos mudos; cuando usted está de viaje  no  siento su voz, señora.
Pero Carmela, tenía necesidad de  despacharse y presentarles las quejas a Placeres. Durante su ausencia, había trabajado como una negra chica, y  también debía decirle que mientras Placeres  hablaba con los espíritus, ella echaba los bofes para limpiar la mugre que Tomasito dejaba sobre las alfombras, jugando a la pelota. ¡Un estrago, todo!...
A Placeres le importaban un rábano los chismes caseros de Carmela, pero ésta, con toda mala fe, se los  vomitaba.
 
La cantinela seguía como un bajo continuo con  graves inarmónicos; pero a Placeres, le hacía el mismo efecto que  una gota de agua que cae dentro de un balde.
Muy modosita, Carmela le fue largando las quejas del muchacho que, por otra parte, clama por  su padre que vive en Montevideo y le permite hacer cualquier clase de desmanes, mientras la madre viaja  de país en país.
Carmela, con su entonación cordobesa sigue con su salmodia imparable.
Pero esta vez,  Placeres saturada, le gritó:
-¡Por favor, callate! ¡Cerrá el pico, cotorra!
Carmela calló solo por un instante, pero luego siguió peor que antes.
-¡Te querés callar, carajo! -berreó Placeres, que aún estaba en la cama.  Y junto a la palabra, el acto:  le arrojó un zapato  que se perdió en el aire frío de la sala vacía.
Placeres, en un impulso descontrolado, se levantó sin arreglarse la facha y la conminó a dejar la casa ¡INMEDIATAMENTE!
-¿Y a dónde voy, señora? -le preguntó con estupor desmayado, Carmela.
-¡A tu casa! ¡No quiero verte más! ¡Me tenés harta, estoy podrida de escucharte como un abejorro todo el día! ¿Me entendés? ¡Parlanchina inútil, papagayo inservible!
-¡Señora!...
-¡Andate!.. ¡No quiero verte más! 
Tras lo cual, Carmela, obediente como perrito faldero, se quitó el delantal, puso los adminículos de limpieza en su lugar y se fue a su cuarto a descargar sus  lágrimas.
Placeres cerró la puerta de su dormitorio con triple llave  y se tapó hasta la cabeza. Quería descansar en el más absoluto silencio. ¡Descansar! ¡Descansar!
Carmela, ni intentó despedirse: fue la culminación de una situación que se veía  venir.
Placeres no lograba conciliar el sueño.  Se revolvía en la cama como un gusano, cerraba los ojos con fuerza para atrapar el descanso y terminó por tirarse sobre la alfombra a llorar como un niño malcriado presa de un ataque de histeria provocado por  el engaño del que fue objeto.
-¡No me pagó ni un peso, este hijodeputa!
Maldice, llora y grita. Luego se incorpora, y vuelve a acostarse, -esta vez en la cama-. Y... reza, reza y reza y vuelve a iniciar el rosario con oraciones dichas cada vez con  menos pasión. Trata  de conseguir un poco de sosiego.
-¡Tiré  mis energías por el caño, carajo! -maldice. Paulatinamente va entrando en un relax de sopor  ilevantable.  Se queda dormida. Sueña que en el partido se arma la gran troya y que ella trata de mantener los ánimos. Todo se descontrola y por más que rece y se santigüe, y los miles de hinchas, enloquecidos, arman un batuque de padre y señor nuestro y  se le tiran encima, la  aplastan y, apenas, si logra respirar...
Se despertó agitada.
-¡Carmela! ¡Carmelaaaaa! ¡Traeme un café bien cargado!
Nadie le responde.
¿Será posible que esta vieja de mierda no me oiga?
¡Carmelaaaaaaaaa!
 
No recuerda haber soñado nada. Tampoco puede precisar en qué momento fue a la cocina y se preparó ella misma un café.  Lo cierto es que perdió la noción del tiempo y se puso a especular sobre su inconsciente colectivo. Y es posible, que, enredada en esos vericuetos del Yo y Super Yo y de sumergirse de cabeza, por enésima vez en eso que ella llama el Karma, que no sabe en qué consiste,  se haya perdido en el laberinto de sus incongruencias.
Al otro día, muy temprano, Carmela  vino por la paga.  Golpeó con los nudillos la puerta del dormitorio de su ama.
-Pasá -, gritó Placeres. Aún estaba acostada.
Se extrañaban,  mejor dicho, se precisaban; no les era posible vivir separadas. Placeres recordó el famoso ejemplo del cangrejo huésped y su anfitrión, el caracol marino que lo alberga y lo lleva a cuestas durante toda la vida.
-Señora, -se animó a balbucear Carmela, con un hilito de voz ronca-  vengo  por la paga. No tengo un centavo.
Placeres la midió sin hablarle, muda como una mula. La pobre mujer esperaba una respuesta, una palabra, siquiera una...
-¿Quién ganó, anoche en el estadio de River? -le preguntó por preguntarle. Sabía perfectamente quien había ganado.
-River - contestó Carmela.
-¡La putamadrequeloparió! ¡Traeme mis Flores de Bach! ¡Rápido! Estoy cajoneada, estoy cajoneada, Carmela...
Y Carmela, obediente, se las trajo en un vaso con una pizca de agua.  La sanadora comenzó a hablar y rezongar por lo bajo.
-Servir y cumplir con su deber de secretaria privada de la Sanadora Placeres, no era poca cosa. Vivían juntas desde hacía muchísimos años y  ninguna olvidaba los buenos y malos momentos que pasaron.
-Siete gotas de solución energética en una pizca de agua tres veces al día ¿No es así señora?
-Por favor Carmela, ¡Apurate! ¡Dámelas que me muero de rabia! Hoy no estoy para nadie, ¿entendés? Así venga el mismísimo diablo… Claro, Carmela: si viene el presidente de Racing, hacelo pasar.

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