viernes, 25 de noviembre de 2011

miércoles, 23 de noviembre de 2011


Estamos en carrera

HUM BRAL fue aceptado a participar de los premios 20Blog, organizado por 20minutos.es
Ya hay anotados más de 3500 blogs, y en nuestra categoría hay casi 6 mil participantes hasta la fecha. Es difícil pero asumimos el desafío. Necesitamos del apoyo, o sea del voto de todos nuestros amigos lectores.
Aquí le dejamos el enlace para que se interioricen del tema, y que si quieren hacerlo, voten por nosotros.


viernes, 11 de noviembre de 2011

El sexo de los ángeles
Mario Benedetti

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y las mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.
Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos ( por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir, con las adecuadas.
Así, cada vez que ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.
Y si ángel, para abrir el  fuego dice : "semilla", Ángela, para atizarlo responde: "surco". Él dice "alud", y ella, tiernamente: "abismo".
Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.
Ángel dice : "madero". Y Ángela: "caverna".
Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.
Él dice "manantial". Y ella "cuenca".
Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y  allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.
Ángel dice: "estoque", y Ángela, radiante: "herida". Él dice: "tañido", y ella: "rebato".
Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y los nimbos, se estremecen, tremolan,  estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.
El lado oscuro del corazón

Oliverio Girondo

No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! - y en esto soy irreductible no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretenden seducirme!
Esta fue - y no otra - la razón de que me enamorase tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con que impaciencia yo esperaba que volviese, volando de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Que delicia la de tener una mujer tan ligera... aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en conseguirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar.