miércoles, 22 de enero de 2014
jueves, 26 de diciembre de 2013
sábado, 21 de septiembre de 2013
Ana Romano por 5
Poemas
del libro “De los insolentes
fantasmas” de Ana Romano.
Evidencia
Silencio
sueños
hacia la decantación
del sosiego.
Gama
Asteriscos modula el aire
Prismas tricolores
bordan el follaje
La brisa bosteza
Estira la niña los brazos
mientras la nube se disfraza
Recorre, atrevido
el pájaro, el pincel
Aguarda
la paleta de colores
al bastidor.
Intermediario
Perforan escondites
los astronautas
¿qué sostienen los débiles
en su tribulación?
El poema los enlaza
en versos
que obsequia
al lector.
Magia
Se esconden
los duendes
con sigilo en la almohada
Baila
vestida de fiesta
la muñeca
frente a la ventana
Gira
el carrusel
Zumban los oídos
La luciérnaga se inmola
en la vela encendida
y acentúa los colores
La madre arropa
al hijo dormido
El libro cae
en el borde de la cama
Desfilan
ante el sueño que
se avecina
los dibujos.
Magnetismo
Sostenida por las hojas
de las despedidas
Contempla alucinada
No obstante, camina
Y en la cautela
los pies
Recorre
de la lucidez en procura
el hechizo
Y es en la oscuridad del mar
donde se sumerge.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
HORACIO CHIFFLET GIL
“Tres hermanos”
Fueron
suficientes nada más que cuatro gotas de lluvia tamborileando en el techo de la
casa, para que Pedro decidiera por su propia cuenta, con muy poco trabajo y
mucha capacidad de decisión, faltar a la escuela.
Se
dio media vuelta en el catre, se tapó hasta la cabeza para no oír nada y poder seguir durmiendo con total
tranquilidad, como a él le gustaba y despuntar el somnoliento vicio.
Se imaginó que se terminaría el mundo con
tanta lluvia y la pequeña cañada que había que cruzar y que generalmente moría
de sed por falta de agua, sería un torrente incontenible, e imposible de
badear.
Fueron suficientes nada más que cuatro
golpecitos en la puerta, para que sus dos hermanos lo despertaran y lo
arrancaran de lo que para él era placentera felicidad. Como era buena cosa,
duró poco.
¡”Está lloviendo”!!...les gritó Pedro…sin
abrir los ojos y sin salir de abajo de la manta que lo cubría…”! mejor no vamos
a la escuela”!...generalizó su decisión, como dando una orden.
¡”No
está lloviendo …abombao”!....le respondió Luisito, el hermano mayor, soltando
una risotada sonora, suficiente para espantar los gorriones del paraíso del
patio y unas golondrinas que tenían nido debajo del alero del corredor…”es el
tanque del molino que se está volcando”….apurate que te voy ensillando el
petizo”!
Pedro
era el menor de los tres hermanos con edad escolar, o hermanos a medias. A veces era el más
consentido y otras se llevaba las culpas, por lo tanto no hablaba mucho, ni en
la casa ni en la escuela, cosa que había hecho que la maestra, mandara misivas
a su madre, observando esa conducta y otras más, de poca importancia.
Pedro era el contraste de la casa y de la
escuela, porque sin saber por qué ni como y nadie preguntaba demasiado por
miedo a que lo trataran de curioso, Pedro era de piel muy blanca y de cabellera
completamente rubia, casi blanco el pelo, cosa que llamaba la atención, frente
a sus dos hermanos con facha de tapes. Ojitos negros, estirados y el pelo como
chuza, los diferenciaban de cerca y desde más lejos.
La cabellera amarilla de Pedro,
era un punto de referencia en cualquier lugar que estuviera, e hizo que más de
una compañerita precoz en la escuela, lo mirara con insistencia, usando ojos de
picardía.
Al
mismo tiempo, hizo también que los compañeros, le consiguieran en corto plazo y
le acomodaran para que tenga y guarde, el apodo de “huevo frito”. Algunos
abreviaban el sobrenombre y lo llamaban simplemente, “huevo” y otros se
decidían por “frito”. Solamente su mamá y la maestra de la escuela, lo llamaban
por su nombre, como correspondía, cosa que a Pedro lo llenaba de satisfacción,
pues veía con orgullo, su nombre impreso a toda tinta, en un cuadro de la
clase, donde aparecía un señor con barba y bigote abundante
Allá
marcharon los tres hermanos, subidos cada uno en sendos petizos de distinto
pelo, pero los tres con las patas cortas y llenos de mañas que solo ellos se
las conocían de memoria.
Allá marcharon, rumbo a la escuela, meta talón
y talón, trote y trote.
Pedro más remolón, unos metros más atrás,
hacía que sus hermanos, tuvieran que lentecer el paso para esperarlo. Todavía
cargaba con el sueño interrumpido de la mañana. Parecía que todo el peso estaba
en los párpados.
Todos
los días el mismo trayecto, atravesando campo, sin tener la necesidad de salir
a la calle. Solamente cruzaban una cañada tristona, apenas un tajo en la
tierra, huérfana de anguilas y berro por naturaleza propia, y además dos
porteras de alambre. De cualquier manera, una legua y media de ida y otra para
volver, no era poca cosa para los hermanos ni para los petizos.
Lo hacían con la alegría de inocentes
cachorros, jugueteando, sin pensar mucho y sin darse cuenta en lo bueno que
aprendían. Las túnicas blancas volvían con los bolsillos llenos de cosas
nuevas, que guardaban en sus mentes frágiles. Enriquecían sin darse cuenta.
Chiquilines con las rodillas sucias por fuera
y de cabecitas limpias por dentro. Se iban forjando lentamente en la fragua de
la enseñanza.
Hasta que llegó el momento como todos los días
y en el mismo lugar, del ritual sagrado, que sólo ellos sabían y guardaban
dentro de sus intimidades particulares. Era como una obligación cumplir con
aquello que parecía un rito.
Una carrera de caballos con patas cortas que
se cumplía desde la primera portera a la segunda, cruzando un llano, que los
contendores conocían de memoria, con los ojos cerrados, metro por metro.
Todos sabían en el lugar, el momento y el
tiempo, en que se rompía la monotonía quieta y silenciosa del campo, con el
grito de Luisito en la cinta imaginaria de la largada.
¡!”Ba ha ha”!!!!...y partían como centellas.
Cortaban el rezongo del viento, resoplando, devorando la distancia. El
perdedor, limpiaría la cocina de su casa, esa noche.
Lo sabían los teros, que jamás se animaron a
hacer el nido en el medio de la pista, una familia de pájaros carpinteros que
escandalizaban cada mañana el lugar. Lo sabía un montecito de espinillos,
coronillas y talas que los veían pasar, temblando el piso con el redoblar de
cascos.
Eran un ventarrón que soplaba el diablo, por
eso toda la bichuria del campo, como que se aprontaban para verlos pasar y
formarles un marco vivo de espectadores. Se adherían al ritual, las más
variadas familias biológicas del llano.
Nadie supo bien porqué pasó, lo que pasó.
Llegaron a la sentencia y Pedro
no estaba en su montura. El petizo tubiano se olvidó del muchacho en la mitad
del ventarrón y un silencio largo invadió la mañana clara en el medio del
campo. Pedro no estaba.
El
sol jugaba en su cabellera cuando lo vieron desde lejos, tirado en el medio del
camino, junto a una piedra. Quieto, inmóvil, un hilo de sangre le asomaba en la
nariz.
Los hermanos temblaban como tiemblan las
plumas del chingolo, cuando parado en la punta de un cardo, soporta el viento
pampero, fuerte y frío.
Lo tocaron y le hablaron cada vez más alto,
como que Pedro y su alma se fueran alejando cada vez más, hasta perderse en el
silencio verde y más verde de la inmensidad del
campo.
Pedro quedó inmóvil y sin respuesta.
Lo
taparon con la jerga y le pusieron el cojinillo en los pies.
Llegaron a la escuela envueltos en lo más
profundo de los silencios, y ni el cobre de la piel les disimulaba la palidez
que pinta la tristeza. Un paisaje triste se había adueñado del camino que los
llevaba a la escuela.
No abrieron la boca en toda la mañana,
solamente temblaban y las miradas que se cruzaron a cada momento, parecían que
iban con lágrimas. Flechazos de angustia que solamente ellos dos, apenas si
asimilaban.
”Pedro no vino a clase
hoy”?....preguntó la maestra con extrañeza.
El punto de referencia no estaba en clase, su
lugar estaba vacío.
Ausencia que desequilibraba el panorama
general de la clase.
¡”Se durmió”!....respondió Luisito en voz baja
y entrecortada, que apenas se oía. Siempre era el que llevaba la voz del grupo.
Quiso seguir insinuando algo, pero tuvo miedo, miedo de chiquilín encerrado en
su amargura y todo terminó ahí como si fuera asunto concluido, sin arreglo. El
diablo se había metido en la carrera de petizos.
El encierro introvertido de los hermanos,
buscaba la luz y de alguna manera buscaban abrirse, levantar el telón del
miedo.
Por orden de la maestra siempre se sentaron en
bancas separadas, casi en extremos diferentes. No les era fácil comunicarse.
Ciriaco
empezó a escribir una carta, en el mismo momento en que la maestra empezaba a
llenar el pizarrón, de un lado a otro y de arriba abajo, con el verbo
“acompañar” y en lo más alto escribió una frase explicativa, ejemplarizante…”yo
acompaño a mi hermano a la escuela”.
Ciriaco
terminó la carta y con ella envolvió una goma para darle más consistencia al
envío. La carta hizo una parábola en el aire, cortó el aire, cruzó toda la
clase y el destino fue exacto, de acuerdo a lo que pretendía.
La maestra interrumpió poniéndose de frente y
les dijo…”a copiar todo lo que está en el pizarrón, tal cual”…”sin hablar ni
distraerse”…”y después haremos un dictado cuyo título es…”Mis hermanos y yo”.
Todo lo tenía planificado y sincronizado.
Luisito abrió la carta de Ciriaco y leyó, si
es que se podía leer lo que decía….hizo el esfuerzo porque mayor era su avidez
por informarse:
“luisito….tengo susto…creo después
voy a yorar un poco….la maestra me ba retar….a pedro las mosca le ban echar
queresa…..se ba abichar….tendra gusano….bi un carancho bolando y dando
buelta…..me ciero ir con pedro pa espantarle las mosca”!
Toda la amargura acumulada y apretada, en un
corazón tan chico, Ciriaco la volcó en pocas y mal escritas palabras. Toda la
sensibilidad de niño, en cuatro líneas cortas, desarticuladas, en un papel
arrugado.
Líneas escritas temblando de miedo y que no
pudo terminar, antes de que llegara la primera lágrima anunciada, fugada de
unos ojos tristes
Cuando Luisito terminó de leer la carta,
cuando la clase entera terminó de copiar lo del pizarrón, cuando la merienda ya
se salía de los bolsillos de las túnicas, levantaron la cabeza y ahí estaba…
parado en la puerta de la clase, recortada su figura flacuchina en contra luz y
mirándolos a todos. Parecía que venía del desierto, finitas sus piernas como un
par de palillos, parecía que quería verlos a todos al mismo tiempo, como que
hacía mucho tiempo que no los veía. Estaba más pálido que su propia palidez y
más blanco que su propia blancura y se mantuvo serio y firme cuando la maestra
le gritó…
¡”Pedro”!!…..estas
son horas de llegar a clase!...te gusta dormir….quedate parado en el
fondo…cuando termine hablamos”!!
Uno por uno se fueron yendo por el camino
largo y polvoriento, el mismo camino que mañana los traería de nuevo a clase.
Jugueteando, riendo de cualquier cosa, pechando, correteándose, tirando piedras
a lo pájaros, repleto el corazón de tanta alegría.
Adentro del salón de clase, solamente Pedro y
la maestra, metidos en el silencio, como estudiando posturas y el diálogo que
correspondía para la ocasión. Hasta que se partió el silencio con palabras
envueltas en preguntas. Interrogadora la maestra, quería aclarar la situación,
sin entrar en rigores que no venían al caso, según su pensamiento, generalmente
conciliador. Parada, con las manos atrás y mirando a Pedro por arriba de los
lentes, sobrándole autoridad, le dijo,,,
“¿Así que llegas tarde a la escuela, porque te
gusta dormir, Pedro?...se te pegan las sábanas en la mañana”?
-¡”No maestra”!!….lo que pasa…lo que
pasa…lo que pasa es que hoy en el
camino… me morí un poco”!!
Se miraron largo rato, no entendían nada, no
volaba una mosca, sólo se veía un signo de interrogación en cada ojo de la
maestra, sacando en conclusión, en definitiva, que la mentirilla ingenua e
inocente, salva la situación.
¡”Andá para tu casa Pedro….tus hermanos te
están esperando…y mañana me decís con más claridad, …como se hace para morir un
poco”!!
Ahí
van, de vuelta a casa, tres paisanitos de túnicas blancas, a pura conversación,
soltando al viento risotadas fuertes, con Luisito escribiendo con el dedo en el
aire…” viva mis hermanos”… hasta que llegaron a la portera y otra vez y caprichosamente
el grito retumbante en las piedras del cerro….!!”ba ha ha”!!... los lanzó en
una enloquecida carrera de petizos patas cortas. Parecía que los corría el
diablo, cuando golpeaban los cascos en el suelo como si fuera un trueno largo
que se perdía en la llanura, desafiante, pero sin resolver todavía, quien
limpiaría la cocina esa noche.
HORACIO CHIFFLET ABRIL 2010
“El
carrero Isabelino”
Lento
el andar, adormecidos y cabizbajos, la yunta de bueyes va cinchando de la
carreta de Isabelino, el viejo carrero del pago, que cumple con el oficio de
llevar y traer, cualquier material por encargue.
Anda por esos caminos de la
campaña, caminos largos, polvorientos algunas veces, o chapoteando barro en
otras, con lluvias tercas o con el sol que achicharra hasta los espartillos,
cuando le tira fuego a los días de enero. A veces el invierno lo maltrata,
entonces él se aprieta adentro del poncho arriba de la carreta, se amontona
contra sí mismo, guapea y guapea,
porque está hecho de buena madera, al igual que la carreta.
Se les duerme el tiempo en las patas de los
bueyes y a pesar del grito de Isabelino incentivándolos para apurar el paso, la
carreta sigue su marcha perezosa. Muy despacio el girar de las ruedas que dejan
escapar quejidos de lapacho en cada barquinazo del camino. Ahí no importa la hora de llegada, suben la
cuesta y se van por el llano perezosamente en un bostezo con andar cansino,
siempre despacio, por más que los bueyes sientan la picana, aguijoneándoles el
lomo, en esta cuesta y en la otra.
Es por
eso que a Isabelino el carrero, no le molesta mucho que los otros paisanos del
rancherío donde vive, ranchos de poca paja y muchos flecos, le ajusten el apodo
de… “despacito”…como una forma de quererlo un poco, que en definitiva es la realidad
de su vida. Todo lo hace despacito, sin apurarse, como que la yunta de bueyes
de pelo chorreado, le hubieran marcado a través del tiempo y sin darse cuenta,
el ritmo de su vida.
Una
coyunda imaginaria, fuerte y de buen cuero, hacían una sola pieza; Isabelino,
la carreta y los bueyes, como que siempre hubieran estado ahí, incorporados al
paisaje de las distancias largas, donde no se perdonan leguas.
Sobra el tiempo y si hay que apurarse, empieza antes. El sol naciente
cuando revienta en el horizonte, siempre lo encuentra andando, despacio pero
andando. Desde temprano ya se le escucha al viejo carrero el grito de…
-¡” Vamo Rincón ….que’l camino no termina
aquí”!
-¡” Vamo Arrayan…no se me duerma mi amigo …
que ahí viene un repecho largo con zanjones recién inaugurao”!
Siempre les dice lo mismo, como una frase
hecha con un molde, aunque por delante, no hubiera ningún repecho.
Los
postes del alambrado se adormecen al verlos pasar. Caminos perdidos, donde la
soledad se aburre, caminos lejanos, por donde el viento llega cansado y los
cerros y valles respiran el tiempo que el charrúa dejó.
Isabelino
y su carreta llevaban esos rumbos, cargados de piedras moras para arreglar una
entrada en un portón de estancia. Caminos desconocidos para Isabelino, lugares
que nunca había alcanzado, donde las leguas se estiran para marcar mayor
distancia. Las recomendaciones recibidas para poder llegar al lugar, se hacían
cada vez más necesarias, por eso la memoria tenía que tener más claridad, como
la luz del día, como la luna llena en la noche, cosa que a veces a Isabelino le
fracasaba.
¡”Vamo
Arrayan…no se me entregue ahora viejo buey….las leguas ya se están
achicando”!…les decía….al despuntar en cada cuchilla y tener por delante, un
horizonte nuevo, que se abría para darles paso, aunque se enturbie en los ojos
cansados de los bueyes, al morir el día, después de marchar una jornada entera.
Isabelino
pudo ver a la distancia un cartel indicador, en un costado del camino, de esos
carteles eternos, que los años transforman y lo van torciendo de a poco. Tan
grande era la ansiedad acumulada y la incapacidad de lectura, que mucho antes
de llegar al lugar, pretendió con apuro descifrar lo que decía. Isabelino ya
sabía de antemano, que era tarea difícil de enfrentar.
Letra
por letra empezó a nombrar, queriendo formar una frase. Se le enredó en la mente
como una ráfaga de tiempo huido su poco tiempo de escuela, apenas un año que
ahora en éste momento le machacaba no poder leer con claridad, aunque no fuera
con rapidez.
Ojos
turbios por el desgaste, incapacidad de lectura, propio de primer año de
escuela y el cansancio del día, se juntaron y conspiraron contra la ansiedad de
Isabelino, cuando quiso leer lo que decía, al momento de llegar al letrero.
Se
sintió tan poca cosa, tan inferiorizada estaba su alma, que recorrió su cuerpo
de punta a punta, aunque no se daba mucha cuenta, la importancia de saber leer
con claridad. Igual se maldijo una y otra vez el haber pensado en su niñez, que
ir a la escuela era perder el tiempo y que era cosa reservada para unos pocos.
Prefirió
atornillarse arriba de una carreta y hablar nada más que con los bueyes,
durante todo el día y todos los días, año tras año, sacando en conclusión al
final, que él y los bueyes, los bueyes y él, eran la misma cosa y que todos
vivían nada más que para cinchar de la misma carreta, tragándose los
barquinazos que le dio la vida, sin poder salir de la misma huella, de los
mismos caminos. Pensó que al igual que los bueyes, era una bestia más. Le
sobraba el tiempo para pensar en sus cosas al carrero Isabelino.
Se
moría la tarde, un sol caído en desgracia, le daba paso al silencio del
atardecer y el viento desinquieto, ya había amainado. Un poco más de camino y
desprendería los bueyes para acampar y pasar la noche bajo la luz de un fuego lento, del que encierra las
miradas mojando los ojos y el reflejo de las pequeñas llamas.
Isabelino
seguía incentivando a la yunta de bueyes barcinos, con la punta de la picana y
al mismo tiempo embutido en los recuerdos nostálgicos, sin lograr en el
esfuerzo, terminar con la lectura del cartel indicador. Una pestañada larga del
viejo carrero, el cansancio del duro trajinar durante el día, no lo dejaron ver
con claridad, un pozo inmensamente grande en el medio de la huella. Cuando
menos se lo esperaba, cayó una rueda y después la otra, se sintió un fuerte
golpe y enseguida el quebrarse de los rayos de las rueda. Reventó el lapacho en
cien astillas y la carreta se fue sobre un lado para caer estrepitosamente en
un zanjón, con toda la carga de piedras moras. Todo fue muy rápido, como una
pestañada de lechuza, el mundo entero se vino al suelo.
Isabelino
Rivero, a pesar de sus años largos, no pudo manejar la situación. Descontrolados los bueyes, rodaron sin
remedio, sumergidos en una situación desesperada. Un pozo grande como una olla
había terminado con el viaje de piedras moras, antes de tiempo, antes del
anochecer.
Cuanto
fracaso en tan corto tiempo. No pudo Isabelino cumplir con la responsabilidad
encomendada, no pudo llegar a destino, todo terminó con la carreta desecha, y
la yunta de bueyes, nobles bestias corajudas, lastimadas. Cuanto esfuerzo para
un final infeliz, cuanto sacrificio inhumano para no poder llegar a destino.
Isabelino
despertó tres días después en su rancho, rodeado, acompañado de su mujer y sus
hijos, memorizando, recomponiendo todo lo anteriormente sucedido. Le era
difícil contar la historia, por lo menos en esos primeros días.
Golpeado
por las piedras, triste su alma, más por la carreta y los bueyes que por su
propia persona, de tal manera que en las noches de insomnio, interrumpidas
apenas por el canto de algún gallo fuera de hora, conversaba con ellos, sus dos
compañeros de viaje y de infortunios.
Los
días pasaron enganchados unos con otros, como si fueran una ristra, colgada en
las ancas del tiempo. El tiempo, que cuando lo dejan pasar con prudencia, todo
lo sabe, el que todo lo cura o lo arregla, el que pone las cosas en su lugar,
el que da las razones a quien corresponda, el que perdona. Parece que siempre
tiene razón.
Los
bueyes curaron sus heridas, la carreta se recompuso, volvió a soltar al viento
olores de lapacho fresco, volvió la talla en su madera perpetua, para encastrar
sus partes. Volvieron a quejarse las ruedas, en cada barquinazo de los pozos y
zanjones nuevos. Sin embargo en el pensamiento del viejo carrero, había algo
que lo llevaba prendido como abrojo en la lana, cosa que el tiempo no lo pudo
arrancar. Era como un sentimiento de culpa, el que mortifica, el que aguijonea
el pensamiento al igual que la picana en el lomo de los bueyes, o las espuelas
en las costillas del potro. Una tortura espiritual.
Isabelino
seguía sin saber leer ni escribir, apenas algunas letras deshilvanadas, apenas
si se animaba a firmar con un garabato ilegible, desprendido de un puño tembloroso
y con un lápiz mal tomado, como si fuera una picana.
¡”No
has aprendido a leer, Isabelino”!!.....fue lo último que escuchó de una maestra,
antes de subirse a la carreta de su padre y no bajarse más. Se subió a la
carreta de los años, sin estar preparado.
Hacía
tanto tiempo de eso que ahora lo alcanzaba a escuchar nuevamente, cuando veía
sus recuerdos a través de un cristal muy turbio, de esos que no dejan ver el
pasado con claridad.
Un
día de Marzo, cuando el otoño empieza a tironearle las primeras hojas amarillas
a los árboles, con días tibios y sosegados, Isabelino cortó las amarras de la
inseguridad, juntó coraje y se presentó en la escuela del pago…
-¡” Buen día maestra”!....le dijo…con el
sombrero en la mano, desparramado el andar y con cierta inclinación hacia adelante.
La misma inclinación que llevaba arriba de la
carreta, tenía el molde de carrero después
de tantos años. Le estiró la mano con mucha timidez y respeto.
-¡” Buen día don Isabelino”!....que se le
ofrece por aquí,… después de tanto tiempo”?...le respondió la maestra, con una
sonrisa amplia que le unía las dos orejas.
-¡”Quisiera maestra platicar algún asuntito
que he estao pensando…y que lo llevo metido en el mate…vio?...porque
ultimadamente he tenido ese tiempo y quiero que me diga…sin molestarla claro
está”!….y si me dice que no…es NO!!… y a otra cosa mariposa”!
¡” Acaso no tendría que haber en cada
escuela ‘e la campaña…un rinconcito pa’ un adulto”?...o estoy errao ‘e la
muestra”!...le dio la última pitada al pucho de tabaco negro y lo tiró hacia un
costado…y como añadidura…. escupida y pisotón.
Tomó
la postura de un oyente.
-¡”Don Isabelino….y se puede saber …que
quiere hacer el adulto en ese rinconcito”?...le respondió la maestra con mucha
seriedad, como queriendo adivinar las intenciones del carrero.
-¡” Maestra”!...yo quiero…si pa’ usté no es
mucha molestia…que me enseñe de nuevo a ler y escribir …porque no alcancé a
estar un año en esta escuela y me tuve que subir a la carreta ‘e mi padre… y no
me pude bajar má…sabe maestra…tengo que trabajar…entonce yo quisiera que”!…
-¡”Lo entiendo perfectamente don Isabelino…y
no se preocupe que todo se arregla en esta vida…ahora vaya para su casa que
dentro de unos días yo lo mando a buscar….me entendió Isabelino”?
La
maestra se quedó mirándolo como se perdía con su tranco lerdo y torcido, por el
medio de la calle angosta y se quedó pensando…
¡”Este hombre,… está abriendo una senda…y
hay que dejarlo pasar”!... el tiempo dirá sobre los resultados”!
A
los pocos días de Marzo, a Isabelino Rivero, ya le habían acomodado y ordenado
los horarios y días de clase, de acuerdo a su edad y su trabajo.
Un
nuevo alumno en la escuela del pago, había comenzado las clases, después que le
recomendaron los útiles de trabajo y el libro 1º-, que lo conseguía en la
biblioteca de la escuela.
Una
nueva aventura para Isabelino, había comenzado, aunque ahora en distinto
terreno. Estaba descubriendo cosas nuevas, que antes las veía a la distancia y
de poca importancia. Descubrió la alegría de leer y escribir correctamente,
como se debe y no comprendía, como no había tomado antes la iniciativa. Ya no
se sentía como un buey más cinchando de la carreta. Había aceptado el desafío a
pesar de su edad y ahora veía con orgullo propio y coraje suficiente, que
podían llegar otros desafíos.
Se
sorprendió la maestra cuando Isabelino pidió cierto día para llevar a su casa,
un libro de Serafín J. García y más adelante otro de Javier de Viana. A pasos
de gigante adelantaba su lectura y su escritura. Fue el momento en que todos
comprendieron por que quería Isabelino, un rinconcito para un adulto, en la
escuela del pago.
Sin
embargo nadie comprendió el porqué en aquella mañana fría de un invierno escarchado,
cuando el viejo carrero dejó el mate amargo de lado, prendió los bueyes en la
carreta y se largó al camino, quebrando el hielo de los charcos, por el mismo
camino largo cruzado por zanjones y pozos grandes como una olla. Otra vez a
desafiar horizontes nuevos, que le daban paso, otra vez con el mismo paso lerdo
de bueyes cansados. Cansados los ojos con el solo hecho de mirar el camino.
Se
encontró con el mismo letrero indicador, letrero eterno, que el tiempo maltrata
pero no lo borra, que todavía está ahí, torcido, pero está, para que Isabelino
con más sangre que los bueyes, lo desafiara.
Lo
leyó con rapidez, unió las letras y palabras, unió la frase en menos que canta
un gallo y que aquella vez le había marcado la vida. Antes o después de que se
cayera en el pozo.
Comenzó a reírse Isabelino, cada vez con más
alegría y más fuerza, de tal manera que la risa golpeaba en las piedras, en los
árboles y hacía un eco en todo el llano y en los cerros. Esa era su alegría,
podía leer rápido, sin titubeos, sin tener la necesidad de volver a empezar una
y otra vez, tartamudeando, tembloroso y sin definir nada.
Cada
vez mayor era su alegría, a pesar de que el letrero indicador decía
burlonamente......”.cuidado con el pozo”
Apagó
el fuego, enganchó los bueyes y se volvió para su rancho…silbándole al destino,
una chamarrita alegre.
¡”Vamo Rincón…que`l camino no termina
aquí”!!
¡”Vamo Arrayan….no se me duerma mi amigo…
que ahí viene un repecho largo con zanjones recién inaugurao”!!
miércoles, 21 de agosto de 2013
Conferencia sobre políticas culturales
Julio Cortázar
Hablar de los
problemas de la cultura es en sí mismo un problema cultural, con todos los
riesgos que supone estar situado en el interior del terreno que se busca
conocer. No siendo un antropólogo cultural sino un escritor de ficciones, lo
que alcanzo a vislumbrar en este campo está teñido de literatura y acaso
sólo sea literatura; si de todos modos me interrogo sobre la
cuestión, lo hago porque soy un escritor latinoamericano y eso supone, cuando se
lo es honestamente, pensar y actuar en un contexto donde realidad geopolítica y
ficción literaria mezclan cada vez más sus aguas. Felizmente, creo, porque al
hablar de cultura desde una de las dos orillas no me parece que conduzca a nada
que no sea abstracto e inoperante.
Aclaración
sobre lo que precede: Desde hace un cuarto de siglo, los escritores
latinoamericanos leídos apasionadamente por un número de lectores que no cesa
de multiplicarse, han sido o son aquellos para quienes la literatura constituye
una de las tentativas de hacer frente a la cuestión de la identidad cultural de
sus pueblos y contribuir con las armas de la invención y la imaginación a
volverla más honda y más completa. Es cosa sabida que una gran mayoría de
lectores latinoamericanos , al "descubrir" por fin a sus propios
autores, ha dado un paso adelante en el descubrimiento de su propia identidad
cultural. Las literaturas foráneas, módulos y ejemplos en la primera mitad del
siglo - que hasta en eso era un siglo colonial- comparten hoy un vasto espectro
de lecturas en el que han cesado de ser el color dominante. Y si la calidad
literaria requerida para ese ajuste ha sido innegablemente muy grande en los
escritores vernáculos, sobran las pruebas de que las calidades ficcionales no
hubieran bastado para mover el fiel de la balanza; el lector latinoamericano,
incierto en cuanto a su identidad profunda y dado con la misma incertidumbre a
todos los vientos de la imitación y los prestigios foráneos, empezó a conocer
hacia los años cincuenta una literatura próxima y por decirlo así personal, en
la que bruscamente se miró como en un espejo que lo llamaba o lo repelía,
buscaba su contacto o lo denunciaba. Porque en esa literatura subyacía no sólo
el trasfondo de lo latinoamericano sino su crítica, la exhumación de lo
olvidado o desconocido, y la indagación de raíces menospreciadas o sustituidas
por influencias exteriores.
Se ve
entonces por qué hablé de la fusión de realidad geopolítica y de ficción
literaria, sin la cual nuestra literatura, hubiera seguido siendo solamente
eso, literatura, vehículo de solaz estético y de cultura desarraigada. Pero a
la hora de seguir buscando los motores operantes en el proceso de la cultura,
el panorama de los escritores se detiene brutalmente frente a barreras que los
antropólogos y los etnólogos conocen mejor que ellos. De este lado de la
barrera - que abarca esencialmente los sectores urbanos, y el del mestizaje en
su conjunto -, el hecho de hacer una literatura que sea al mismo tiempo un
sistema de interrogaciones y respuestas con respecto los valores
nacionales en toda su gama social, política, ética y estética, ha
determinado una creciente toma de conciencia que gravita ya innegablemente en
el proceso histórico de nuestros pueblos, pese a las fuerzas regresivas para
quienes este proceso vale tan sólo como su coro de caza por derecho propio. Y
sin embargo, ¿qué magnitud real puede tener esa toma de conciencia
histórico-cultural cuando se piensa en el inmenso sector indígena y, dentro del
área del mestizaje, el rural? Basta imaginarlo para sentirse totalmente
extrañado en un continente que es el nuestro pero en el cual sólo ocupamos
culturalmente una ínfima parcela, aunque sea la que domina económica y
políticamente y se propone como una totalidad que a nadie engaña.
Entonces,
¿tiene sentido seguir hablando de identidad y cultura nacionales frente a un
mosaico de heterogeneidades como el que presenta América Latina, incluido por
supuesto el Brasil? ¿Tiene sentido hablar de culturas nacionales cuando en la
gran mayoría de los casos la cultura del poder - mestiza y urbana- coexiste con
otras estructuras culturales diferentes y a veces
hasta violentamente opuestas? Sí, en la medida en que optemos por una decisión
selectiva, y una esperanza intercultural a largo plazo; pero cuando a un
escritor latinoamericano le plantean el tema de la cultura universal, se encoge
de hombros: demasiadas barreras conoce en su país como para entrar en una
proyección sin duda necesaria, pero que para él es tan remota como vertiginosa.
Todo esto
suena negativamente, y sin embargo el escritor conoce también los lados
positivos de ese segmento de tarea cultural que le ha tocado cumplir desde que
dejó de entender la literatura como un puro ejercicio artístico. Su inserción
contemporánea en los procesos geopolíticos le ha permitido descubrir la
posibilidad de despertar ecos dormidos, imágenes
subyacentes, formas y herencias telúricas que los procesos de colonialismo
primero, y de aculturación foránea más tarde, habían sumido en un limbo del
que apenas se asomaban fragmentariamente en el folklore, las artes, las
conductas y los temperamentos. La literatura así entendida y practicada hace
pensar en la rama de avellano del rabdomante: los manantiales, las venas
metálicas están siempre ahí, y bastaba mostrarlos para que sus legítimos dueños
los recuperaran. A los españoles suele asombrarles la forma y la intensidad con
que los novelistas latinoamericanos han asumido el habla de sus países, como si
esto no fuera a la vez prueba e instrumento de su adhesión a los valores
culturales sobre los cuales jugarán después todos los
niveles posibles de la lengua, todas las experiencias y los sincretismos y las
invenciones. Lo positivo está en llevar a sus últimas consecuencias, dentro del
pequeño sector a su alcance, esa catalización de fuerzas auténticas, de valores
propios; la cultura es más contagiosa que los elefantes, y el en que los
procesos históricos latinoamericanos de signo negativo (pienso sobre todo el
los del Cono Sur) sean sustituidos por los que emanen de la cultura profunda de
los pueblos, lo ya conseguido en un pequeño sector nacional se comunicará
espontáneamente a los otros actores, en la medida en que caigan las barreras de
todo tipo que hoy los aíslan. Esto ya ocurre en alguna medida, aunque bajo un
signo harto más negativo que positivo: la televisión urbana deja su impronta en
las zonas rurales más aisladas, sin hablar de los periódicos, el cine y otros
eventuales vehículos de cultura; pero éstas son cosas que la UNESCO conoce de sobre y
mucho mejor que yo.
Aquí
una digresión sólo en apariencia literaria. Cuando se habla de cultura en
América Latina, no puedo dejar de pensar en la obra de José Lezama Lima como su
paradigma a la vez secreto y resplandeciente. Sin decirlo jamás de manera
expresa, la novelística de Lezama parece estar indicando a nuestros escritores
el sentido más hondo de esa tarea en que están empeñados desde hace un cuarto
de siglo. Porque todavía más allá y más adentro de esa fusión de lo imaginativo
con l
a realidad histórica, al escritor latinoamericano le cabe llevar hasta sus
últimas consecuencias la difícil búsqueda y el cateo de todas las fuentes de la
savia nacional. En Lezama la vertiginosa exploración cultural en sus
formas más complejas y universales coexiste con la realidad cubana más
entrañable; pero en esa simultaneidad, y ahí está la lección nunca dicha,
ninguna forma o nivel de cultura es visto como superior a los otros.
Maravilla
la naturalidad con que Lezama pasa de una visión platónica o de un comentario
erudito sobre Omar Kayam a la enamorada descripción de una receta de cocina, de
un vestido de novia o de un juego de niños. En eso, creo, reside la intuición
más profunda de una cultura sin las jerarquías casi escolásticas que tanto mal
nos han hecho. A nuestra literatura, si
ha de seguir siendo útil para la causa de la cultura, le toca darse como una
empresa de catalización; al sumirse de lleno en nuestra realidad, la
transmutará en la redoma verbal que a su vez la transmitirá en su forma más
unitiva y totalizadora; puesto que lo que llamamos cultura no es en el fondo
otra cosa que le presencia y el ejercicio de nuestra identidad en toda su
fuerza.
Sí, pero...
Se me
perdonará la torpeza cuando digo que recorro los temarios de tantas reuniones
consagradas a la cultura sin encontrar jamás una referencia tácita o explícita
a lo que llamaré en abstracto la función del poder. Supongo que de eso se habla
o se trata entre líneas, pero frente a enunciados que exponen la cultura como
"in vitro", se siente la necesidad de preguntarse
cómo se puede tratar de cultura y sociedad, de políticas culturales y de
cooperación cultural entre tantos otros temas y problemas, sin plantearse
previamente el del poder en sus formas presentes y activas, llámense
imperialismo, políticas hegemónicas, nacionalismos agresivos, etc.
Sin entrar en
lo concreto, que nadie desconoce: Cuando se habla de "políticas
culturales", ¿no sería tiempo de hacer frente al problema inverso, es
decir al de las culturas de las políticas? Desde siempre, toda política, como
latencia casi universal de la voluntad de poderío, sólo acepta y apoya
una cultura que favorezca sus fine, ya sea una parte de la propia cultura
nacional o de alguna otra análoga y por tanto conveniente. Lo que traba los
mecanismos y las finalidades del poder, es denunciado y combatido como formas
negativas de la cultura. Llevar el debate a la esfera de la política (aunque
sólo sea platónicamente, pero Platón sigue teniendo una inmensa fuerza en el
campo del espíritu), parecería una de las condiciones básicas para que las
políticas de la cultura alcanzaran alguna vez su plena eficacia. ¿Por qué no
una conferencia sobre el tema?
Conferencia
Mundial sobre Políticas Culturales - UNESCO, México, diciembre de 1982
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